Primer puesto de la categoría Ficción. Concurso de escritura "Paréntesis Veraniego".
—¿Podés poner también el short del pijama con gatitos? Creo que está bueno llevar un short, por si tengo calor a la noche —me dijo Luz asomándose por la puertita del baño.
Lo agarré y lo doblé, tratando sin mucho éxito de imitar la forma en que mi mamá dobla la ropa. No estaba muy satisfecha con el resultado pero quedó mejor de lo que le hubiese salido a Luz. Puse el short en la valija y doblé la próxima prenda. Era un vestido negro mío que le había regalado porque no me gustaba cómo me quedaba. Me parecía que la forma acampanada me hacía ver gorda. A ella le quedaba mucho mejor que a mí. Continué doblando mecánicamente la ropa mientras escuchaba a Luz hablar con su novio y su mamá, que estaban en el living. Elena le preguntaba si tenía plata para pagar el taxi a Ezeiza. No estaba segura, dijo que le iba a preguntar al padre si podía depositarle algunos dólares. Tenía que salir para el aeropuerto en tres horas y todavía no había cenado. Luz me invitó a su casa para una cena de despedida, yo accedí pero le dije que no quería comer porque se me iba a hacer tarde para estudiar. Aunque eso era verdad, ya que con Luz habríamos cenado a las 11 de la noche, lo cierto es que no tenía mucha hambre por esos días. Si me preguntan por qué, siempre respondo que era por el estrés. Y era por eso, en parte. Luz a veces se daba cuenta de que no estaba diciendo todo. Ella tampoco tenía mucha hambre por esos días. Pero bueno, fui a su casa y terminé haciéndole la valija.
Los que me conocen saben que soy muy desordenada, pero para las valijas era mejor que Luz. Así somos, nos complementamos tan bien. Siempre hacemos chistes con que somos como una parejita casada. Me hace reír la idea, pero en el fondo me pone un poco triste pensar que quizás no iba a ser así. Que ella se iba a casar con alguien que ame, y que yo iba a estar feliz por ella pero no iba a tener la misma suerte. Me daba miedo sentir que Luz, en ese momento representando al mundo que me rodeaba, iba a seguir adelante sin mí. Pensaba mucho en eso y me aterraba. Me aterraba sentir que todos (¿quiénes eran todos?) avanzaban con sus vidas mientras yo me quedaba suspendida en un estado de impasibilidad y quietud. Como si fuera una de esas mariposas exhibidas atrás de un vidrio en la casita del zoológico que visitaba cuando era chica. Seguro tienen un nombre elegante pero no lo sé. No puedo pensar en esas cosas ahora. Lo que quiero decir es que por esos días me sentía así, una mariposa congelada en el tiempo. Linda y delicada, con una fragilidad que anticipaba el deterioro que en algún momento tendría que llegar, pero cuya inmovilidad parecía mantener a raya el paso de los años.
El timbre me sacudió de mis pensamientos poco felices. Era el sushi que había pedido Nico, el novio de Luz. Bajé la mirada y me di cuenta de que en mi trance había terminado de doblar la ropa y la valija de Luz ya estaba terminada. Eso me dolió. Por un segundo pensé en desarmarla y empezar a armarla de nuevo, como si fuera Penélope con el telar. Si no tenía valija, Luz no podía irse de viaje. Mi ilusión me causó un poco de gracia, por lo tonta. Y cuando pensé en la analogía con la Odisea me hizo gracia por lo snob que puedo ser a veces. Mi fascinación por esa historia tiene muchos años, pero no voy a hablar de eso ahora. Parece, sin embargo, que al escribir siempre se vuelve a los mitos fundantes que elegimos para nosotros mismos. Uno de los míos es la Odisea, el relato de viaje por excelencia. Haciéndole la valija a Luz estaba frente a un viaje que no era mío y a uno que sí. El ajeno era el de Luz, que iba a Honduras a visitar a su papá y a su media hermana, Eloísa. El mío era un viaje sin movimiento, era transitar un mes y medio sin ella.
Me molestaba estar tan mal por su partida. Estuvimos más tiempo separadas. Sin ir más atrás, pasamos como tres meses sin vernos cuando empezó la cuarentena. Hicimos videollamadas todas las noches. Sé que parece algo exagerado, pero Luz es una hermana para mí. Siendo bastante cursi, la que nunca tuve. Después de meses sin verla en persona, fui a su casa. Por la paranoia de la cuarentena y el virus, no me quería acercar mucho a ella. Al principio solo charlamos, pero en un momento Luz puso música y empezó a bailar. Verla sonreír, haciendo un esfuerzo para hacerme reír con sus pasos de baile raros, tan ella, me quebró. No pude contener las lágrimas. Sentí que se sorprendió al verme llorar, pero también creo que sabía por qué estaba así. Cruzó la habitación y me abrazó. De fondo seguía sonando Courtney Barnett.
Meses después, estaba haciendo su valija. No quería que se vaya. Me dí cuenta de que estaba siendo infantil, irracional. Hace más de un año que Luz no visitaba el país donde nació. Ella estaba contenta por ver a sus amigas y a su hermanita, le estaba llevando un regalo que elegimos juntas. Pero yo secretamente esperaba que le cancelen el vuelo, o algo. Quería que se quede en Buenos Aires, así podíamos ir a tomar café a nuestros lugares. Más bien, así ella me podía acompañar a tomar café. Luz tomaba siempre una limonada o un té, el café le daba demasiada ansiedad. Además, yo sabía que íbamos a estar todo el tiempo conectadas, hablando por whatsapp o por videollamada. No termino de entender por qué estaba tan angustiada, por qué la necesitaba tanto conmigo. Ese año fue difícil para mí, y para todos, no hace falta que lo explique. De todas formas, yo estaba mal y que se acerque fin de año, las fiestas y toda su parafernalia no me estaba ayudando mucho a estar mejor. No sé por qué. Navidad siempre me pone contenta. Quizás me ponía mal pensar en lo que había sido ese año, en todas las ilusiones que vi nacer y morir con el pasar de los meses. También me asustaba terminar la universidad, que no pisaba desde marzo, y toda la incertidumbre que eso traía. Después de un año tan incierto no quería más dudas. El 2020 me había enseñado que no sirve de mucho planear todo, pero no llegué a amigarme con el caos. Sólo terminé huyéndole al no saber y al intentar planear. Viví esos últimos días de universidad en mi propia ceguera. Leía y escribía frenéticamente para mis exámenes. Por momentos pensaba en qué quería hacer el año siguiente, aunque terminaba espantando esos pensamientos como a moscas de mi mente. Prefería vivir en una elocuente negación total del tiempo. Sin saberlo, me suspendí a mí misma, como temía hacer. En realidad, si soy honesta, me suspendí en mi propia telaraña hace bastante tiempo.
Luz me llamó para que me siente a la mesa con ellos. Yo había dejado la salita donde armé la valija y me fui al living, sentándome en el sillón de Elena que siempre me encantó.
—No importa que no cenes, no te vas a quedar allá en el sillón sola —me reprochó Luz.
Un poco a regañadientes, me levanté y me senté en la mesa. Bueno, cerca de la mesa, en otro silloncito, porque había sólo tres sillas. Nico les estaba comentando a Luz y a Elena algo del rodaje que había tenido ese día. Sin escuchar mucho la conversación, pensé en que me caía muy bien Nico. Le hace bien a Luz, y cuando empezaron a salir yo me hice amiga de él. Luz no tuvo las mejores experiencias con los hombres, por eso me ponía contenta que estuviera de novia con Nico. Él la cuidaba. Y además, se podía mantener una conversación interesante con él. El sushi se veía muy bien, era de un lugar que nos gustaba mucho a mí y a Luz.
Cuando terminaron de cenar ayudé un poco a levantar la mesa y le dije a Luz que tenía que irme, que tenía que volver a estudiar. Ella me respondió que me abría la puerta y me acompañaba afuera, así sacaba la basura. Elena es una mujer muy ordenada, y a Luz a veces le costaba seguirle el ritmo de limpieza y pulcritud casi extrema. La seguí hasta los tachos que hay en la calle para poner la basura. Pisó la palanca para abrirlos y aunque tuvo que usar bastante fuerza me alegré al ver que no le había costado. La veía cada vez mejor, más fuerte. Había recuperado algo de peso, su sonrisa se llenaba casi como antes. Quise decirle algo, pero me pareció mejor no hacerlo. Sonreí para mis adentros y dejé el comentario para otro momento. Al darse vuelta, vi que algo no andaba bien. Luz me dijo que no quería irse, que estaba sintiendo mucha ansiedad. Me paralicé un momento y no supe bien qué decir. Luz lloraba un poco. Lo lógico era tranquilizarla, pero en el fondo yo quería que se quede. Hice a un lado mi egoísmo y traté de infundirle ánimo, de decirle que todo iba a estar bien y que iba a tener un lindo viaje. No sé si soné muy convincente.
Caminamos los pocos metros hasta su puerta y nos dimos un abrazo. Creo que ambas nos aferramos a la otra con tristeza y con miedo. Intenté ser alegre y me despedí diciéndole que nos veríamos en enero. Ella vaciló unos instantes, con una sonrisa insegura. Luego, me dijo chau y cerró la puerta de su casa. Me dirigí hasta donde había dejado mi auto y ahí empecé a llorar. No quería que ella me viese así. Me sentía tonta y posesiva. Lloré todo el camino hasta mi casa, que no es mucho, y cuando llegué le mandé un audio deseándole un buen vuelo y pidiéndole que me avise cuando aterrizara. A los pocos minutos me llegó un mensaje de ella diciendo que había tenido un ataque de pánico y que no iba a volar. Me dijo, a modo de chiste, que la valija que yo había armado quedaba intacta. Entre culpable y contenta, me fui a dormir pensando en valijas, viajes y odiseas.
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