Por Juan Ignacio Kinder
Durante el apogeo de la Revolución Industrial, el oficio de la construcción y la disciplina de la arquitectura se vieron en una situación nunca antes vista. Alturas y luces que antiguamente fueran imposibles de alcanzar, ahora estaban a una fundidora de distancia; el armado de carpinterías y aberturas, cuyo encargo podía tardar semanas, ahora acortaban a la mitad su elaboración. Los oficios y empleos debieron ajustarse década tras década para acomodarse al frenético progreso ingenieril, y pareciera que esta carrera a contrarreloj jamás finalizaría.
Hoy en día, los arquitectos (y proto-arquitectos) estamos inmersos en un paradigma de cambio constante, cuyo principal desafío ya no depende exclusivamente de lo tecnológico, sino de la yuxtaposición de los sistemas BIM (Building Information Modeling) con las metodologías tradicionales. Los software de diseño computarizado que hoy en día parecen fundamentales, como los software de lenguaje BIM, han logrado reemplazar la hegemonía del ya controversial dibujo digital para terminar de sepultar a las técnicas arcaicas del lápiz y papel. Y es que pareciera que las demandas contemporáneas del parametricismo y la complejidad son los principales responsables de este cambio de paradigma. Según el arquitecto y teórico alemán Patrik Schumacher (2009), el parametricismo es la respuesta de la arquitectura ante la computarización de la sociedad y el colapso natural del modernismo hegemónico purista. Esto es una consecuencia, en parte, del cambio global de la era de la producción masiva a la era de la personalización masiva. En palabras de Schumacher, la arquitectura que conocemos ahora devendría en una automatización de ésta en la que deberíamos confiar. Pero, ¿podemos confiar en una arquitectura autónoma?
¿Qué significaría autonomizar la arquitectura? ¿Se puede crear una arquitectura artificialmente inteligente? Bueno, la realidad es que la mayor parte de la producción arquitectónica actual tiene cierto grado de inteligencia artificial. Desde el más pequeño acto, como escribir un comando TRIM en AutoCAD, hasta elaborar un sinfín complejo de plugins en Grasshopper, la inteligencia artificial afecta casi todo el proceso de diseño. Este tipo de intervenciones son útiles, ya las hemos adoptado y no las hemos cuestionado pues nos ayudan a adaptar nuestra producción a las demandas tecnológicas y estéticas de la arquitectura contemporánea. Ahora, ¿qué sucedería si esta automatización sobrepasa límites teleológicos?
Sin ánimos de imaginar una lucha entre el arquitecto y la arquitectura, el debate propuesto implica la difícil implementación de mecanismos que delimiten las tareas e incumbencias de todos los actores. El ritmo acelerado del progreso ha impedido que esto pudiera suceder. En el pasado, el arquitecto era una especie de polímata cultivado que, con la colaboración de otros artistas, ingenieros y artesanos lograba la ejecución de su obra. Hoy en día, los límites difusos ya no solo son entre arquitecto, carpintero, electricista y plomero, sino entre proyectista, dibujante, calculista y renderista. Si vamos más lejos, estas mismas diferencias ya se vislumbran en la computarización del proyecto. ¿Cuál será el futuro de estos límites entonces? Si la arquitectura alcanza niveles más y más autónomos, ¿a qué se reducirá el papel del arquitecto?
Causa pánico y terror una probable pérdida de las tareas de un arquitecto. Si tranquiliza un poco, nunca está de más recordar que el oficio del arquitecto mutó conforme pasaron los siglos y décadas, sus tareas jamás se disminuyeron sino que se modificaron. El problema subyacente en esta intranquilidad es la hipotética pérdida del “espíritu” del arquitecto. Mas, ¿no es un poco hipócrita hablar del miedo a perder nuestra identidad de arquitecto ante una máquina, mientras seguimos permitiendo que ésta defina y condicione los diseños de nuestros proyectos? Hasta ahora, venimos haciendo planteos que suenan hipotéticos, pero que en la realidad ya son hechos tangibles.
Queda ya poca decisión en el humano de carne y hueso, en el arquitecto en cualquiera de sus formas, para que éste diseñe sin someterse a alguna de las limitaciones que la computarización ha instaurado década tras década. Digamos la verdad, mucho no nos molesta. No veo a nadie desinstalando el Revit y moldeando muros de arcilla en el tablero. Ya traspasamos esta etapa, y como sociedad hemos aceptado abrazar una automatización de la estética que ha provocado que vivamos en barrios sin identidad, con cubos de vidrio que pretenden ser llamados viviendas. Falta poco tiempo para que cualquier ciudadano abra un programa, introduzca los metros cuadrados disponibles en su terreno y un software le devuelva una distribución aleatoria de habitaciones dispuestas con un asoleamiento acorde a sus coordenadas geográficas y a los materiales que puede comprar en los corralones cercanos a éste. De hecho, creo que no falta nada. Ya hay máquinas que realizan esto, y a los cuales la gente acude sin problema alguno. Algunos son docentes, otros solamente proyectan, a veces aparecen en diarios y revistas, y alguna que otra vez los premian.
En el contexto actual donde la crisis habitacional nos desafía a construir más y mejor vivienda, y en la que el acceso a ésta no es lo suficientemente equitativo, este debate puede resultar superfluo y banal. ¿A quién le importa el futuro de la profesión arquitectónica mientras hay gente que necesita acceder a una vivienda? Pues, a todos. Una “vivienda automatizada” puede ser una respuesta rápida y barata a problemas habitacionales, como lo han sido en su momento los monoblocks de planes de vivienda social o algunos otros proyectos. Pero que sea una solución veloz y económica no significa que necesariamente sea la mejor. La experiencia de los monoblocks, una tipología nociva, carente de sensibilidad y humanidad, diseñada con el único propósito de achicar el déficit habitacional, nos ha enseñado que para solucionar una problemática no basta con contemplar el objetivo principal sino también sus aristas y ramificaciones. Si la vivienda colectiva ha sido y es un fracaso, ¿puede una arquitectura artificialmente inteligente y autónoma no serlo?
Pecando de optimista, creo que una arquitectura autónoma puede ser confiable y exitosa en todas sus competencias si posee una serie de características: 1) resiliencia, para adaptarse a los cambios en los modos de habitar; 2) sensibilidad, tanto programática como estética, que no la aleje del espíritu humano ni la obligue a seguir falsas profecías de minimalismos; 3) personalidad y personalización, para que el resultado en bruto de la automatización no sea el resultado indiscutido de la producción automatizada; y 4) calidad, pues a nadie le sirve tener una producción en serie de arquitectura que repite una y otra vez el mismo error encontrado en la matriz original. Considerando que la arquitectura avanza hacia este futuro, intentemos ser optimistas. Teniendo en cuenta estas características, probablemente, el espíritu tanto del arquitecto como de la arquitectura seguirán manteniéndose indemnes.
Schumacher, Patrik. "Parametricism: A new global style for architecture and urban design." Architectural Design 79, no. 4 (2009).
Sobre el autor
Juan Ignacio Kinder
Estudiante de Arquitectura. Universidad Nacional de La Matanza. Estética arquitectónica, crítica e historia de la arquitectura.
aestheticaarchitectonica.wordpress.com
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