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  • Tadeo Klappenbach

El cepo al dólar: un mal mayor que pagan los más pobres

Actualizado: 17 abr 2021

Bajo un contexto de inestabilidad, cómo el cepo no resulta una herramienta para encausar una buena actitud, si no que significa un mal para los que ya cumplen la norma.


Por Tadeo Klappenbach


En medio de la cuarentena, y con el país paralizado por el coronavirus, presenciamos durante los últimos días cómo el dólar libre (blue) le robó la tapa de los diarios a noticias relacionadas con la pandemia. Tras varias semanas de estabilidad cambiaria, escaló rápidamente a $140 y generó una brecha de casi el 100% con el dólar “solidario” (oficial). La cotización paralela había tomado relevancia por última vez cuando, a fines del gobierno de Macri, se restauraron los “controles de capitales” para intentar contener la escalada del dólar. En este artículo nos proponemos analizar algunas de las consecuencias económicas “escondidas” detrás de mantener estas restricciones por un período de tiempo prolongado, y cómo llevan a desalinear los incentivos del Gobierno a actuar responsablemente.


En castellano básico, el “cepo” al dólar (los controles de capitales) impone restricciones a la compra y venta de esa moneda extranjera: ya no puedo ir al banco a comprar dólares, ni puedo comprarle o venderle a un amigo. En Argentina, el precio del dólar tiene fuerte influencia sobre el nivel de precios local - y, en consecuencia, sobre la inflación - y es por ello que los gobiernos buscan tener un dólar “calmado”. El cepo le permite esto al Gobierno sin la necesidad de perder las reservas internacionales que tiene el Banco Central. Toma sentido si se utiliza como política de corto plazo en períodos de alta inestabilidad, como, por ejemplo, las elecciones del año pasado; pero lo pierde en cuanto se convierte en una política de estado. Además del dilema ético que plantea, dada la privación de libertad para realizar una operación comercial básica (¿por qué el Gobierno puede prohibirme comprarle dólares a alguien dispuesto a vendérmelos a un precio que nos deja felices a ambos?), el cepo crea una variedad de distorsiones económicas.


Principalmente, el cepo funciona como un castigo a las exportaciones y un subsidio a las clases medias-altas que pueden acceder a las importaciones. En un momento en el que se necesitan divisas para hacer frente a los pagos de deuda, el Gobierno desalienta las exportaciones pagándoles un dólar artificialmente bajo ($65 para servicios, y tan bajo como $45 para bienes agrícolas). De esta forma, un agricultor que vende soja por 1000 USD y se ve obligado a liquidar la operación en pesos, si quisiera hacerse de dólares nuevamente, a raíz de la restricción impuesta por el Gobierno, deberá recurrir al mercado paralelo, ¡y de la operación de 1000 USD sólo le quedarán 345 USD! Por otro lado, quienes tienen recursos para acceder a bienes importados, pueden comprarlos a un dólar de $65, la mitad de su precio según la valuación actual del dólar libre. Es así que el Gobierno incentiva las importaciones, que, al final, le hacen perder dólares al Banco Central, puesto que debe proveérselos a los importadores.

Sin embargo, un problema mayor que crea el cepo, y que no se observa con tanta facilidad, es que corrompe los incentivos del Gobierno. Los controles de cambio permiten que éste emita moneda (“imprima billetes”) sin ocasionar un aumento rápido de la inflación (porque, recordemos, el dólar oficial está fijo en un valor artificialmente bajo) o pérdida de reservas. Podemos comprender mejor la situación con una analogía: imaginemos una madre que quiere que su hijo haga la cama, y para ello lo amenaza con quitarle la PlayStation. Si la madre le dijera “hacé tu cama o te saco hoy la Play”, el hijo tiene la motivación necesaria para rápidamente hacer sus deberes. Si la madre le dijera, en cambio, “hacé tu cama o la semana que viene te saco la Play”, ya no es tan claro que el hijo responda, especulando con que quizás para la semana siguiente se olvide, o con que puede no hacer la cama hoy pero remediar la situación haciendo las cosas bien mañana. El problema es que mañana, probablemente, tampoco tendrá incentivos para comportarse bien.


Continuando con la analogía anterior, debido al cepo, el Banco Central hoy puede emitir una gran cantidad de moneda (lo que observamos en las últimas semanas) sin que el riesgo inflacionario sea inmediato (de hecho, por el cepo y la cuarentena, vimos la inflación caer). La motivación a “portarse bien” ya no es tan clara para el Gobierno, dado que los efectos se diluyen en el futuro y no generan un riesgo inminente. Pero los precios en el largo plazo siempre terminan ajustando y la inflación –o, mejor dicho, el impuesto inflacionario– recae y castiga con mayor fuerza a los sectores más pobres, que no tienen acceso al crédito, ni a bienes importados, ni tienen manera de respaldarse frente a la pérdida del poder adquisitivo de sus ingresos. De este modo, el cepo permite mantener durante más tiempo una situación macroeconómica inconsistente que, de otra manera, estallaría antes, debilitando los incentivos del Gobierno para actuar responsablemente y, luego, causando daño a los sectores más vulnerables.


Los últimos días fueron, para la clase media-alta que conserva sus ingresos a pesar de la pandemia, una fiesta de consumo: acceso a autos de lujo, a electrodomésticos y a tecnología, a dólar oficial y en 18 cuotas sin interés, que resultan en precios insólitamente bajos. Pero en el mientras tanto, y en un futuro que parece lejano pero siempre llega, la clase media-baja que no tiene acceso a estos instrumentos, se enfrenta a una inflación que destruirá sus ingresos reales y la llevará a una situación aún más angustiante. Una verdadera redistribución de la riqueza, pero a la inversa.


 

Sobre el autor


Tadeo. Estudiante de economía, sólo sabe derivar e igualar a cero. Lo único que no negocia es la libertad. Música, deportes y tecnología.

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