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  • Ezequiel Jacofsky

El desarrollo argentino, entre lo cívico y lo político

Facundo Manes disertó en la Universidad Torcuato Di Tella sobre los desafíos para el desarrollo socioeconómico de la Argentina y las condiciones políticas para enfrentarlos.



El 14 de junio, Facundo Manes, neurocientífico y diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires, expuso en el Aula Magna de nuestra universidad acerca de las dificultades que enfrenta el desarrollo argentino. Enfatizando la importancia de la educación, la salud mental, la inversión en capital humano, la geopolítica, la ciencia y la tecnología, llamó a la sociedad en general y a la juventud en particular a involucrarse en la configuración de un modelo para el futuro.

Partiendo de la idea de que “la Argentina es uno de los pocos países del mundo que viene involucionando sin una guerra”, planteó que los problemas principales a enfrentar – falta de confianza en los programas económicos gubernamentales y ausencia de valor agregado en la producción a través de la transferencia de conocimiento – requieren la formulación de un “proyecto de país” modernizador sobre la base de políticas de Estado que sepan sobreponerse a los conflictos políticos coyunturales.

De acuerdo con el legislador, la reversión de nuestra incapacidad para superar los problemas sociales, económicos y técnicos que impiden el avance del país se reduce a la evolución de dos cuestiones fundamentales: el cambio de la mentalidad colectiva de la ciudadanía y la acción política afianzada en el consenso político. Ahora bien, ¿son suficientes estos factores para producir los cambios esperados, son tan simples como se presentan?


La ciudadanía como agente de cambio, ¿necesaria pero insuficiente?

Para Manes, la sociedad argentina atravesó una suerte de ensueño colectivo, al menos, durante la segunda mitad del siglo pasado: la creencia de que nunca podríamos liberarnos del yugo de los regímenes militares. Fue en la etapa final de la última dictadura cívico-militar cuando despertó la necesidad de instaurar, de una vez por todas, un sistema democrático estable en el país.

Esto se concretó con la llegada de Alfonsín al poder a finales de 1983 y la inauguración de la vida en democracia que se mantiene hasta el día de hoy. Para el diputado, la lección que dejaría esta experiencia es profundamente necesaria para la Argentina actual: solo la transformación de la mentalidad colectiva puede desencadenar un verdadero proceso de cambio. Es decir, el cambio no vendrá de la dirigencia, sino de la ciudadanía.

¿Alcanza con la presión cívica para invocar cambios políticos y socioeconómicos? La idea de la ciudadanía como actor clave en el desarrollo de una comunidad puede rastrearse, al menos, hasta Nicolás Maquiavelo. Como argumenta en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, es la participación activa de los miembros de una comunidad lo que garantiza que el sistema de instituciones que posibilita la vida en libertad se mantenga íntegro y funcione correctamente. De allí la noción de la virtud cívica. En la actualidad, analistas de la sociedad civil como Enrique Peruzzotti identifican el surgimiento de mecanismos sociales de rendición de cuentas en la forma de manifestaciones públicas y reclamos de organizaciones civiles. Esto serviría de insumo para intervenciones gubernamentales y, en el escenario que plantea Manes, para impulsar políticas modernizadoras.

Sin embargo, los reclamos pueden ser ignorados y las ideas, acalladas. La mentalidad y movilización colectivas fueron un factor clave para establecer la democracia argentina, pero esto ocurrió porque coexistieron dirigentes, como Raúl Alfonsín, dispuestos a oír y materializar las demandas de la sociedad. En otros casos, el desinterés o la incapacidad de la dirigencia pueden condenar a los proyectos comunes al fracaso, como demostró la Primavera Árabe. Al fin y al cabo, vivimos bajo una democracia representativa donde la instancia de decisión política recae sobre los representantes, no los representados. Podemos elevar nuestras voces y presionar de muchas formas, pero los cambios no se producen y sostienen en el tiempo si no existe voluntad política: demanda social y política pública deben ir de la mano.

Reivindicar la importancia de la participación de la ciudadanía para la conquista de una Argentina desarrollada y moderna es bueno, pero no puede ser un barniz para la irresponsabilidad política. Entonces, además de la pregunta por lo que debemos hacer los ciudadanos, tendría que elevarse otra: ¿existe hoy en día un Alfonsín modernizador?


Entre políticas de Estado y pujas de poder, consensos y polarización

Para el diputado, la mentalidad colectiva tiene que complementarse con acción política si se quieren conseguir los cambios por tanto tiempo postergados: “Se requiere una acción colectiva y política de ir a la modernidad”. La dirigencia tiene que impulsar políticas de Estado modernizadoras sostenidas sobre una “idea de la Argentina” o un “proyecto de país”. El plan de Manes requiere un consenso político como base: solo cuando se supere el tribalismo partidario se podría emprender las reformas que la Argentina necesita.

Pensar un consenso político implica considerar dos cuestiones: primero, cómo se encuadran los problemas sobre los que tendría que existir consenso; segundo, el fenómeno de la polarización. No puede hablarse abstractamente de “desarrollo” y “modernidad”, sobre todo porque lo que profundiza las diferencias ideológicas no es tanto la dicotomía desarrollo-subdesarrollo como lo que diversas alas discursivas entienden por desarrollo.

Concretamente, se pone al Estado contra el mercado, los valores tradicionales contra la visibilización y aceptación de minorías, la reivindicación del individuo contra lo colectivo. Es difícil llegar a un consenso porque lo que diversos actores comprenden como “modernización” y “desarrollo” es diferente. En este sentido, la discusión en torno a la configuración de un proyecto de país debe girar alrededor de múltiples ejes sobre los que persisten preferencias heterogéneas. La “idea de la Argentina” difícilmente pueda ser monolítica e inamovible; siempre será susceptible a las pujas de poder y dependerá de los consensos cambiantes que puedan elaborarse en el contexto de distribuciones de poder coyunturales.

Los consensos políticos sí son necesarios, pero solo consistirán en horizontes básicos compartidos y no políticas de Estado inmutables. Requieren acuerdo de las fuerzas sociopolíticas mayoritarias y, muy probablemente, se traducirán en políticas clave que variarán en su configuración, pero que tendrán objetivos más estables. Este tipo de acuerdos, eso sí, pueden ser impedidos por otro fenómeno: la polarización política.

¿Persiste en nuestro país tal división ideológica que inhibe la formación de consensos, como sugiere la retórica de la grieta? Es cierto que algunas circunstancias pueden dar la impresión de que estamos atravesados por una polarización en aumento: la competencia electoral y el sistema de partidos son cada vez más bipolares, y en los últimos años la identificación con los extremos ideológicos en el espectro derecha-izquierda se ha acentuado. No obstante, no es un proceso tan radical como suele pensarse: de acuerdo con los sociólogos Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro, en las últimas décadas surgieron consensos no solo políticos, como la deseabilidad de la democracia, sino también económicos y sociales, como el rol del Estado en la economía y la aceptación del divorcio.

La sociedad no se encuentra, entonces, dividida en dos polos radicalmente opuestos: la polarización que impide el desarrollo, si se encuentra en algún sitio, es dentro de la dirigencia política. Ya sea que las divergencias ideológicas tajantes dentro de ella sean reales o solo apariencias rentables electoralmente, es trabajo de sus miembros resolverlas. La apuesta debe estar en la cooperación siempre que sea posible, pero sin que la idea de una “grieta” como obstáculo hacia el desarrollo de la Argentina devenga en una excusa para la falta de iniciativa política.



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