Luego de explicar el funcionamiento del sistema electoral norteamericano, el autor nos introduce a algunas de sus consecuencias más importantes.
POR BRUNO MALARINI ELGOYHEN
A la gente normal -los politólogos no somos gente normal- no le gustan los debates en el aire, en la teoría pura. Por lo tanto, en la segunda parte de Electoral College™, analizaremos los efectos concretos de este. Si no leíste la primera parte, te recomiendo que lo hagas, porque si no vas a estar muy perdido. Los siguientes efectos fueron rankeados de menor a mayor importancia, aunque este orden está sujeto a mi opinión personal. Ahora sí, empecemos.
N°1: Yo voto a Ricky Fort
Este primer efecto es potencialmente desastroso, pero en realidad no pasa mucho. Los electores pueden votar a quien quieran. Sin embargo, en la práctica, terminan votando al candidato de su partido. Además, en muchos de los estados hay leyes que prohíben a los electores votar a alguien que no fue nominado por algún partido. Pero, en aquellos estados que no cuentan con estas regulaciones, los electores pueden hacer que alguien que no fue votado ni por una persona termine siendo presidente.
N°2: El más petiso delante de la fila
Lo que voy a decir no tiene mucha importancia por sí solo, pero sí es relevante cuando consideramos las realidades del Congreso. En este sistema electoral, los estados más chicos (los que tienen menor población), tienen un poco más de peso, por persona, sobre el resultado de las elecciones presidenciales, que los estados más grandes (aquellos con mayor población). Si a esto le agregamos que, en la Cámara de Senadores, los estados más chicos tienen la misma cantidad de senadores que los estados grandes y, en la Cámara de Representantes, los estados más chicos tienen un poquito más de influencia (por habitante) que los estados más grandes, terminamos con un sistema que consistentemente favorece a los estados con menor población. Si, además, consideramos que los republicanos generalmente ganan en los estados rurales (chicos), terminamos con un Congreso así:
Figura 1: Se muestra el control del Senado y la Cámara de Representantes (diputados) de los dos partidos a través de los años. Los republicanos controlaron el Senado por 22 años y la Cámara de Representantes por 20 años.
Se ve que el sistema no favorece tanto a los republicanos, pero sí un poco más que a los demócratas. Lo que también hay que ver, y que es más importante aún, son los beneficios rentísticos que reciben las provincias chicas por su peso. Si bien aquí se generan incentivos para ser rentístico con los estados, es aún más importante -a diferencia de lo que pasa en Argentina- que los partidos tengan una presencia global para poder ganar elecciones. Por esto, no es viable -o al menos todavía no lo han logrado- concentrarse solo en los estados chicos.
N°3: Y el ganador es…
En tercer lugar, ocurrió cuatro veces que el presidente que ganó con el voto popular perdió el voto electoral. O sea, este sistema genera la posibilidad de que el candidato que gane más votos de las personas (es decir, sin los electores como intermediarios) pierda. Y hasta ahora, de esto siempre se benefició un presidente republicano. En otras palabras, a los demócratas este sistema les costó cuatro elecciones. Ahora, ¿por qué digo que este efecto solo es el número 3 en este ranking si favorece mucho a un partido y -algo no menor- si el que gana el voto popular pierde el electoral? Tengo tres razones para esto:
Si bien los republicanos terminaron ganando, no hay que pensar en esto como un absoluto. Esto solo pasó cuatro veces, por lo que los que hacen econometría y estudios cuantitativos me dirán que “no es una muestra lo suficientemente grande para ser relevante”. Y, aunque sucedió en un 5% de elecciones estadounidenses -es un montón- tampoco podemos generalizar. Adicionalmente, los republicanos de antes no son los de ahora. Básicamente, los partidos estadounidenses se “dieron vuelta” a mitad del siglo pasado por el tema de los derechos civiles (historiadores no me maten, pero hay que generalizar; véase la figura 1). Así que se podría decir que los republicanos de ahora son los demócratas de antes, y vice versa. Entonces, hay que destacar que, de esas cuatro veces en que el sistema electoral favoreció a candidatos republicanos, dos de estos fueron republicanos de antes de mediados de siglo XX; es decir, hoy estos presidentes serían considerados candidatos demócratas. Por esto, se puede considerar que este sistema benefició a dos “demócratas” y dos republicanos. Con esto me refiero a que, suponiendo que un partido defiende ciertas políticas acorde a su base de votantes, el primer republicanismo ayudó a una base de votantes diferente a la que apoyó el segundo republicanismo, por lo que grupos diferentes se terminaron beneficiando. Además, esto hizo que los estados que controlaban cada partido cambiaran, por lo que es difícil pensar que los republicanos siempre ganaron porque controlaban a algún estado clave.
Figura 2: Elecciones de 1920 (Cox (D) v. Harding (R)) y las elecciones de 2008 (Obama (D) v. McCain (R)). Observen como el “Sur profundo” (Deep South) que antes votaba a los demócratas ahora vota a los republicanos, mientras que las costas “liberales” antes votaban a los republicanos y, ahora, a los demócratas.
Lo que argumenté anteriormente tiene que ver con lo que “es” un partido, su “espíritu”. Como los republicanos antes eran, en esencia, los demócratas de ahora, en lo relativo a políticas públicas y a sus votantes, realmente se beneficiaron dos grupos diferentes. Las primeras dos veces, el sistema favoreció a los votantes “liberales” del partido republicano “liberal”, y las últimas dos veces a los “conservadores” del republicanismo “conservador”. Pero el lector puede reclamar que no le interesan los partidos como una manifestación de las preferencias de políticas públicas, sino como institución. Es decir, que el sistema electoral parece favorecer mucho al partido político llamado “Republicano”, independientemente de lo que el republicanismo haya defendido en un momento de la historia u otro. El lector podría opinar que no importa qué votantes apoyen al partido, porque los dirigentes de este saben y supieron cómo ganar las elecciones. Tal vez, encontraron alguna forma de abusar del sistema. Asumiendo que el partido republicano no compró las elecciones (cosa que me parecería absurdo) y que solo intentaron jugar con las reglas matemáticas raras que tiene el sistema, esto es bastante improbable. El Colegio Electoral solo tiene un beneficio sectorial, y este no es tan fuerte. Beneficia a los estados chicos por sobre los grandes. Los estados chicos tienden a ser más rurales y la gente del campo vota a los republicanos consistentemente).
Figura 3: Mapa de la densidad de votantes por distrito (demócratas (azul) vs. Republicanos (rojo)) en las elecciones de 2016.
Para abusar de este sistema electoral, los republicanos deberían controlar todos los estados chicos. Si bien controlan a la mayoría, los demócratas ganan en algunos. Además, la mejor forma de aprovecharse del sistema es tener votantes dispersos por todos los estados, con solo el apoyo suficiente para sacar el 50%+1 en cada estado. Esto es bastante difícil de lograr, y ninguno de los dos partidos lo intenta. En resumen, los republicanos se benefician un poquito, pero no lo suficiente como para asegurar la elección.
Por último, esta disonancia entre el sistema electoral y el voto popular solo ocurre cuando las elecciones están muy peleadas. Si un partido saca muchos más votos populares que el otro, este partido va a ganar. Lo que pasa es que el sistema de “el ganador se lo lleva todo” hace que los resultados sean muy inestables cuando los contendientes se acercan al 50% de los votos. Por esto, sacar el 49% en un estado significa perder el 100% de los cargos, mientras que sacar el 51% significa lo contrario, y esto pasa en todo el país. Así que no es que el sistema electoral beneficia a los republicanos repetidamente, sino que es un sistema que es estable cuando un partido tiene mucha ventaja, e inestable cuando están muy peleados.
Por lo tanto, este tercer efecto no es tan importante, ya que solo es posible que el presidente que gane con el voto popular pierda a causa del sistema electoral cuando las elecciones están muy peleadas. Asimismo, si esto pasa, no es que los demócratas vayan a estar necesariamente en desventaja, sino más bien será como si los dos partidos tiraran una moneda al aire, y la cara que cayera definiera las elecciones.
N°4: Swingers
Si están al tanto de las elecciones estadounidenses, seguramente hayan escuchado el término “Swing State.” Para los que no, esta es la definición: son estados que cambian su voto de una elección a otra (recuerden que el que gana el 51% de los votos en un estado gana el 100% de los votos electorales de dicho estado). Esto es en contraste a estados que no son Swing, o que se mantienen constantes y votan al mismo partido político de una elección a otra.
Figura 4: Los estados azules votan consistentemente demócrata; los rojos, republicano y los amarillos son “Swing States”.
Como en este sistema electoral “el ganador se lo lleva todo”, hay estados donde un partido no tiene chances de ganar. Un estado donde se vota consistentemente 60% demócrata, siempre se va a llevar 100% de los votos electorales, y al partido republicano se le va a hacer muy difícil dar vuelta este margen. Además, las campañas electorales estadounidenses son muy caras, se financian del bolsillo propio (o, más comúnmente, de aportes de corporaciones o Super PACs), y duran dos años. Por lo tanto, los políticos priorizan recursos y solo intentan competir en los estados donde el voto está peleado, o sea, en los estados amarillos. Los estados “seguros” son ignorados (miren la Figura 5).
Figura 5: Número de actos de campaña por estado (en base a datos de la tabla 1).
N°5: Azules y Colorados
Quizás, el efecto más importante esté a la vista de todos. El mapa electoral solo tiene dos colores: azul y colorado. No es ningún secreto en la ciencia política que, ceteris paribus, las reglas electorales son lo que generan la cantidad de partidos. En este caso particular, el sistema electoral estadounidense destruye a los partidos chicos. Se necesita el 50% de los votos de algún estado para ganar al menos un voto electoral, por lo que si se quiere aparecer en el mapa se tiene que ganar la mitad de un estado, por lo menos. Esto es bastante difícil para un partido nuevo. Además, a causa de otras reglas electorales del Congreso, de trucos como el Gerrymandering, de la existencia de dos partidos políticos muy poderosos y muy viejos y, además, porque es carísimo financiarse electoralmente ya que el gobierno no pone un peso, es casi imposible que un partido chico subsista. Esto es lo que crea el fuerte bipartidismo estadounidense.
Pero, ¿qué pasa si un tercer partido intenta participar en las elecciones? Va a dividir el voto en dos ocasiones. Cuando se crea un partido nuevo, los votantes no aparecen de la nada, sino que estos dejan de votar a uno de los partidos “viejos” para votar a este nuevo. En Argentina, los que votan al Pro antes votaban al Radicalismo. Acá pasa lo mismo, pero además se le sacan votos al partido original que sea más ideológicamente similar al nuevo partido. Un partido libertario le sacaría muchos más votos a los republicanos que a los demócratas, y un partido socialista haría lo contrario. Por lo tanto, cuando se crea un nuevo partido, se ve debilitado el partido viejo que más se parece al nuevo. En un sistema en que “el ganador se lo lleva todo” esto es peor, ya que la primera minoría siempre gana y la segunda no se lleva nada. Por ejemplo, si hay un partido con 8 votantes, y otro partido con 6, el partido de 8 va a ganar. Pero si a ese partido de 8 se lo divide en dos (es decir, si se crea un nuevo partido y este le saca votos al partido que tenía 8, originalmente), ahora hay dos partidos con 4 votos y uno con 6, por lo que el de 6 ganará. Entonces, si vos competís en un estado como libertario, vas a estar perjudicándole la elección al partido republicano. Así que, si no estás seguro de que va a ganar tu partido, te conviene no participar de la elección, para que la ganen los republicanos y no los demócratas. Esto también pasa a nivel nacional.
Figura 6: En la elección de 1948, Thurmond se separó del partido demócrata porque no estaba de acuerdo con la expansión de los derechos civiles de Truman. Esta movida le costó 39 votos electorales a los demócratas.
Por lo tanto, los partidos que quieran tener chances de modificar la política pública en el largo plazo tienen que elegir entre unirse a alguno de los dos partidos, quedarse afuera del juego o, si son lo suficientemente populares, formar parte de las elecciones y hacérselas perder al partido que tenga una ideología más parecida a la suya. En políticas públicas, esto equivale a pegarse un tiro en el pie, ya que logra que gane el partido viejo que más alejado estaba de lo que el partido nuevo quería.
Anexo:
Tabla de actos de campaña por estado (2016)
Los datos en la presente tabla están disponibles en la página "National Popular Vote".
Sobre el autor
Bruno Malarini Elgoyhen
Politólogo, pero en alguna otra vida actor. Y en alguna otra seguro que presidente o al menos eso dice mi vieja, pero primero y principal opinologo profesional.
Contacto
bmalarini@gmail.com
@brunomalarini
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