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Felipe Gonzalez Alzaga

Fake news y la psicología de las estafas políticas

Actualizado: 17 abr 2021

Sobre su uso en el plano político y su similitud con otras farsas en el contexto del auge de las redes sociales.


Por Felipe Gonzalez Alzaga


Un correo electrónico de parte de un príncipe nigeriano que necesita dinero para recuperar su corona; un clasificado por un departamento de tres ambientes en Palermo Soho por 7.000 pesos mensuales; y una cadena de WhatsApp que asegura que la oposición le pagó 500 pesos a personas para que duerman en la calle con el fin de causar malestar social y perjudicar al gobierno ¿Qué tienen en común? Dos cosas principalmente. La primera es que ninguna de las tres situaciones tiene sentido. La segunda es que muchas personas las creen.


La comparación entre las estafas y las fake news, así como también entre éstas últimas y las noticias no “fake” contadas a través de un sesgo ideológico-partidario, nos permite entender mejor cómo funcionan y en qué sentido son una novedad. Su utilización en la competencia política se puede reconocer como el resultado de un proceso de ya varias décadas, en el cual la representación y la discusión política cambiaron enormemente.


La estafa transformada


El auge de Internet y de las redes sociales transformó las modalidades de estafas al permitir un mayor anonimato. Surgió la posibilidad del uso de imágenes reales o editadas y la de concretar cientos de fraudes en un mismo día. Si bien se siguen cometiendo de los más antiguos, las nuevas tecnologías fueron la puerta de entrada a un mundo de posibilidades del que las estafas no fueron excluidas.


Dicen que la razón por la que una gran cantidad de estafas parecen muy simples, muy fácilmente detectables, es porque están diseñadas así a propósito. La lógica está en la relación costo-beneficio. No es eficiente dedicar tiempo y esfuerzo en personas que son difíciles de engañar. Puede parecer obvio, pero resaltarlo es importante porque, al reconocerlo, nos encontramos con la razón misma de por qué la mayoría le parecen obvias a una gran parte de la población. Una mentira relativamente evidente funciona como un filtro automático para separar a los crédulos y los incautos de sus pares más escépticos, permitiendo enfocar el esfuerzo en aquellos individuos más susceptibles de caer en la trampa.


A partir de esta reflexiones podemos hacer un análisis interesante sobre el uso de las fake news como herramienta en la lucha política.


Hay dos razones que explican por qué en las fake news no se necesita este mecanismo de selección automática. La primera es que son masivas. No buscan involucrar directamente a personas específicas, sino ser divulgadas entre la población en general, lo cual se logra mediante la difusión que las mismas víctimas impulsan. La segunda razón es que no tienen como objetivo un contacto prolongado con las víctimas. Mientras que una estafa puede seguir distintas etapas de interacción, las fake news apelan, en principio, a un contacto unidireccional con las víctimas y dependen del éxito en esa interacción para ser efectivas. La víctima no interactúa con el victimario sino con la publicación, y la interacción es una sola (ver el vídeo, leer el artículo, ver la imagen).


Pero entonces, ¿en qué sentido el análisis de las estafas se vuelve relevante para entender las dinámicas de las fake news? Para empezar, por sus semejanzas. Pero principalmente porque, a pesar de que el mecanismo de selección automática de víctimas ya no es necesario, sigue dándose una misma lógica: es muy difícil lograr una fake news creíble, sofisticada, con capacidad de llegar a amplios sectores de la población y que, al mismo tiempo, sostenga su impacto en el tiempo sin ser, al menos, parcialmente desmentida. Las efectivas no son aquellas que buscan llegar a la población en general, sino a un grupo específico, despertando las emociones que sean necesarias para generar impacto a través de la invención de hechos que tengan un significado puntual dentro del marco ideológico de la población objetivo. En el caso de las fake news, la manipulación emocional a través del engaño viene acompañada por un discurso político.


Según desarrolló el psicólogo estadounidense Leon Festinger en su Teoría de la Disonancia Cognoscitiva (1957), para reducir la tensión que se genera cuando dos pensamientos entran en conflicto tendemos inconscientemente a ignorar las inconsistencias entre la realidad y nuestras creencias, y esto se logra flexibilizando nuestra interpretación. Así es mucho más probable que aceptemos como noticia real, como hecho, como información, un mensaje que encuadra en nuestro sistema de creencias sobre cómo funciona el mundo y que, por las mismas razones, seamos escépticos sobre los que no. Si bien son masivas, las fake news también son focalizadas hacia un grupo específico que comparte algunas creencias. Quienes no pertenezcan a esta categoría tenderán a verlas como falsedades obvias.


La vieja estrategia del estafador de utilizar las emociones y percepciones que las personas tienen del mundo contra ellas mismas aparece replicada en las fake news. Buscan influenciar o reforzar, mediante desinformación o interpretaciones forzadas de los hechos, los marcos cognitivos de las personas.


Por otro lado, a diferencia de las estafas, las fake news son masivas e impersonales, por lo que potencian incluso más el proceso de legitimación social. Esto se basa en lo que Frank Stajano, profesor de la Universidad de Cambridge especialista en seguridad y privacidad digital, y el mago experto en engaños Paul Wilson (2011) llaman “Herd principle” (principio del rebaño): las personas tienden a caer más en estafas cuando ven que están haciendo lo mismo que el resto. Si mi tía, que me parece una persona razonable, comparte esta noticia, es porque debe ser verdad.


La democracia transformada


En la medida en que la población no realiza un análisis crítico de las fuentes y comienza a tomar cadenas de WhatsApp, publicaciones de Facebook y tuits como legítimos y creíbles, estos se transforman en medios de comunicación. Entonces, por medios de comunicación ya no entendemos únicamente a los medios tradicionales. En principio, la democratización de la posibilidad de influenciar la opinión pública que resultó del auge de las redes sociales significó también que los medios tradicionales perdieran el monopolio de la capacidad de inventar o tergiversar hechos, o interpretarlos públicamente con fines políticos. Actualmente, con el contenido adecuado y con la habilidad comunicacional necesaria, virtualmente cualquiera puede viralizar contenidos y marcar la agenda pública.


Usadas como herramienta política, las fake news pueden ser consideradas un correlato de la “democracia de audiencias” planteada por el politólogo francés Bernard Manin (1998), en la cual la personalización de la política y el paralelo detrimento de los partidos llevan a una competencia electoral menos centrada en plataformas y más en la explotación intencionada de divisiones –buscando temas que que sean considerados importantes y tomando la postura que más apoyo brinde– que ya no pueden entenderse solamente en términos socioculturales.


Como bien lo describe Manin (1998), la democracia de partidos del siglo pasado se caracterizó, en relación a los medios comunicación, por la centralidad de los medios partidarios. Estos informaban a sus lectores (casi todos miembros del partido) a través de interpretaciones de los hechos que encuadren con (y sirvan a) los objetivos del partido. Así, al igual que el resto de los medios, decidían qué contar y qué no contar, y también cómo contarlo. Aún así, a diferencia de las “fake news” –que son hoy una de varias herramientas utilizadas por movimientos y partidos políticos–, las noticias tradicionales tuvieron históricamente una marca, una institución responsable de lo que publicaba y sujeta a una dinámica de accountability, con incentivos para no permitir que la distancia entre los hechos y sus interpretaciones fuera groseramente grande como para que resulte contraproducente. La desinformación también existía, pero no bajo una pretensión de imparcialidad ni con la extensión que se ve hoy en día.


Lo que parece estar sucediendo es, entonces, el resultado de la combinación de dos procesos: por un lado, la tendencia hacia una competencia política ya no basada en plataformas sino en la explotación de clivajes en lo que Manin (1998) llama “democracia de audiencias”; y, por el otro, la democratización de la posibilidad de influenciar en la opinión pública gracias las redes sociales en línea. En la medida en que la difusión más democrática de la información reduce la rendición de cuentas y la competencia electoral se aparta de la defensa de ideas y programas partidarios –transformándose más bien en la búsqueda de hechos para justificar una postura que rinda en las urnas– la tentación de buscar hechos e información con más impacto que los reales se vuelve muy alta y las consecuencias negativas para quien lo hace –no así para la sociedad toda– se vuelven muy leves.


Nosotros transformados


Mucho se habla de las fake news como si la desinformación o el uso político de las mentiras –o las exageraciones– fuese algo nuevo. Las tecnologías y formas de la comunicación cambiaron, transformando la vida política. Para bien o para mal, estos cambios incluyen una democratización de la agenda que reduce la responsabilidad y permite engañar desde el anonimato de forma más grosera. Apelando a nuestras emociones más fuertes y a nuestros instintos más arraigados y aprovechándose de la forma en que nuestras mentes resuelven las disonancias cognitivas, así como las estafas, las fake news son herramientas utilizadas de forma frecuente en la política. Pero esto no es nuevo, simplemente es diferente a lo que era. Podemos decir, por salvar algo, que los mismos cambios que llevan a esta expansión de la desinformación también nos permiten estar más conectados, investigar más y reducir el riesgo de ser manipulados. Qué efecto predomina dependerá de nosotros.



Referencias Bibliográficas:

Festinger, L. (1957). A theory of cognitive dissonance. Stanford, California: Stanford University Press.

Manin, B. (1998) Los principios del gobierno representativo, Madrid, Alianza, cap. 6 (“Metamorfosis del gobierno representativo”).

Stajano, F. and Wilson, P. (2011). Understanding scam victims. Communications of the ACM, 54(3), p.70.


 

Sobre el autor

Felipe Gonzalez Alzaga

Coordinador de Estrategia. Estudiante de Ciencia Política. Filosofía política, economía política y políticas públicas.


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