¿Por qué debemos jugar en el equipo de ellas en este partido?
Por SOFÍA CATELLANI
Hace poco más de un año, el 16 de marzo de 2019, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA) firmaron un acuerdo para profesionalizar el fútbol femenino en el país, comprometiéndose a financiar 8 contratos para cada uno de los 16 equipos que forman parte de la Liga de la Primera División (TyC Sports, 2019). Esta decisión derivó de una lucha encabezada por la jugadora Macarena Sánchez, que, a través de la vía judicial, logró que su ex equipo (UAI Urquiza) regularizara su situación laboral luego de haberla desvinculado del plantel, impidiéndole, además, que se incorpore a otro club. Macarena se convirtió así en la primera jugadora profesional de fútbol del país (Sánchez Granel & Filas, 2019). ¿Por qué esta medida resulta fundamental?
En primer lugar, es importante reconocer que hay una gran necesidad de igualar las condiciones en las que se desarrolla esta actividad, en la cual existe una clara asimetría entre el hombre y la mujer, como en tantas otras esferas. Esto se manifiesta en muchos aspectos, desde algo tan esencial como tener un espacio disponible para practicar el deporte y contar con los recursos básicos en los entrenamientos y partidos (agua, toallas, servicio médico), hasta recibir el apoyo de dirigentes tanto de los clubes como de las asociaciones a nivel nacional. A lo largo de la historia, las mujeres han tenido que liderar una ardua lucha –que sigue en pie– para conseguir todo lo nombrado previamente. Si bien la aprobación de la profesionalización ha sido un paso muy importante, aún quedan muchos frentes que conquistar.
Aunque es innegable que la profesionalización constituyó un hito inédito en la historia del deporte, la lucha de las jugadoras está lejos de tener punto final (Torres, 2020). El dinero que la AFA se comprometió a aportar no es suficiente para pagar los contratos de todo un plantel, dejando a la merced de cada club la solución y ofreciendo un salario que es equivalente al que reciben los jugadores de la última categoría rentada del género masculino. Se percibe claramente cómo las mujeres enfrentan un escenario desfavorable en relación al de los hombres.
Incluso la selección nacional de fútbol femenino no ha quedado exenta a esta desigualdad, recibiendo muchas trabas en el camino y poco apoyo por parte de la AFA. Si bien el primer Campeonato de Fútbol Femenino tuvo lugar en 1991, luego una decisión de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación), que obligaba a las asociaciones de fútbol de cada país a tener que hacerse cargo del fútbol femenino, desde ese año hasta la actualidad los progresos han dejado mucho que desear. En el 2017, las jugadoras de la Selección decidieron convocar a un paro, ya que no contaban con insumos básicos como ropa, viáticos ni canchas para jugar. La misma selección que logró clasificarse al Mundial de Francia 2019 tuvo que luchar para que la AFA se haga cargo de financiar los pasajes y traslados, algo que en el fútbol masculino sería impensado.
La idea de que la profesionalización del fútbol femenino tiene como objetivo asegurar que “las reglas del juego” sean las mismas enfrenta prejuicios, costumbres y pensamientos machistas sumamente arraigados en la cultura de Argentina, en particular, y el mundo, en general. Por ejemplo, La Liga Cordobesa establecía que los partidos se jugaran en dos tiempos de 30 minutos, cuando normalmente duran 45 minutos (Torres, 2020). Esto demuestra cómo hoy en día se sigue tratando a las mujeres, y especialmente a las deportistas, como seres inferiores que no cuentan con las mismas capacidades de fuerza y resistencia.
Otro punto que responde al porqué de la necesidad de profesionalizar el fútbol femenino es justamente lo fundamental que resulta la visibilización de las deportistas. Empezar por eliminar el rechazo y la estigmatización que genera ver a las mujeres jugar al fútbol es condición necesaria pero no suficiente. Se requiere habilitar el mismo espacio que se le otorga a los futbolistas, tanto en horarios de entrenamiento y partidos como un lugar en los medios de comunicación para atraer al público y fomentar el acercamiento de los espectadores a las canchas. Fernanda Grecco, jugadora de San Martín de San Juan y del seleccionado nacional, manifiesta que en su club, con suerte, tienen lugar para entrenar, ya que muchas veces no pueden usar el espacio porque lo están utilizando para otras actividades (Mayochi, 2019).
Desde hace años el fútbol ha dejado de ser solo un deporte y se ha convertido en un negocio que implica transacciones económicas millonarias, juegos de poder, sponsors, publicidad y mucho más. No hay que dejar de mencionar el rol de los medios, que se encargan de exhibir el fútbol masculino justamente porque tiene muchísimos espectadores, por lo que les resulta rentable. Esto no aplica para las mujeres, como bien lo explica la jugadora de Boca Juniors Martina Dezotti: “Es como un círculo vicioso: al no visibilizarse, al no darle importancia, es muy difícil que se generen ingresos. Es simplemente darle el lugar que se merece y después los ingresos, sponsors, la prensa, llegarán solos” (Mayochi, 2019). La profesionalización, entonces, puede proyectarse como una oportunidad para empezar a regular esta dinámica y hacer posible la visibilización.
Si bien estas problemáticas se pueden percibir con distinta magnitud a nivel mundial, resulta interesante comparar lo que genera el fútbol en dos países muy diferentes. Por un lado, una potencia como Estados Unidos, que se destaca en numerosas disciplinas, le da mucho más protagonismo al fútbol femenino que al masculino. Mientras las mujeres lideran el podio en mundiales y juegos olímpicos desde hace años, la selección masculina ha pasado desapercibida en este tipo de competencias, incluso sin poder clasificar en algunos casos. Argentina, en cambio, si bien cuenta con deportistas de gran nivel en diversas ramas, sigue teniendo un sesgo hacia el fútbol: es el deporte más popular, el que más repercusión genera y también al que más recursos se destinan (obviamente esto no aplica para el fútbol femenino). Podría decirse, entonces, que Estados Unidos es un “modelo a seguir” para un país que está encaminándose a darle la atención que se merece a las mujeres futbolistas. Sin embargo, se sabe que, a diferencia de lo que sucede en Argentina, el fútbol en Estados Unidos está lejos de ser el deporte principal. Por lo tanto, incluso cuando las mujeres ganan su espacio en la esfera del deporte, no logran tener el alcance que merecen y siguen permaneciendo en un segundo plano, como sucede en otros ámbitos.
En cuanto a lo económico, es fácil detectar una barrera que las mujeres deben atravesar para poder destinar el tiempo y los sacrificios que requieren ser una deportista profesional. Mientras casi la totalidad de los deportistas profesionales se dedican pura y exclusivamente a entrenar y competir, las futbolistas necesitan tener otros trabajos para generar ingresos y sobrevivir. Esto implica que deben sacrificar parte de su tiempo que podría ser destinado a mejorar su desempeño en otras actividades. El caso de la jugadora de Lanús, Magalí Molina, refleja lo que viven prácticamente todas las futbolistas de Argentina: “A la mañana trabajo cuatro horas en una administración de consorcio y a la tarde soy niñera, luego de eso me voy a entrenar” (Mayochi, 2019). Según ella, el aporte de la AFA va a mejorar las condiciones de trabajo, pero sigue siendo imposible vivir del sueldo que se percibe por ser futbolista.
Hay que destacar que muchas veces los clubes funcionan como un refugio, un espacio de encuentro, contención y apoyo, especialmente en lugares de condiciones precarias. Son numerosos los casos de futbolistas profesionales que, viniendo de hogares pobres, gracias al fútbol cambiaron rotundamente sus vidas. Diego Maradona, Carlos Tévez y Marcos Rojo son ejemplos. Tal como explica Mónica Santino, directora técnica e integrante del Colectivo de Fútbol Feminista La Nuestra de la Villa 31, las mujeres que viven en condiciones precarias necesitan conquistar el espacio para jugar al fútbol porque siempre se les fue negado, como tantas otras cosas. En los barrios más marginales, las mujeres suelen dedicarse al cuidado de otros, ya que la división del trabajo es más tajante. El fútbol, entonces, aparece como una oportunidad para desarrollar su potencial, hallarse a ellas mismas, generar vínculos y crecer como personas.
La profesionalización no sólo implica pagar un salario a las jugadoras, es algo mucho más integral que eso. La presidenta de la AFFA (Asociación Femenina de Fútbol Argentino) expresa un claro mensaje: es necesario brindarle las mismas oportunidades a mujeres que vienen de distintos contextos sociales y se proyectan como potenciales deportistas profesionales. Esto va desde asegurarles el traslado, la ropa, el seguro médico, hasta fomentar la educación de las deportistas. Partir de bases desiguales es un obstáculo para que una mujer tenga la posibilidad de desarrollar una carrera profesional como futbolista.
Por último, resulta pertinente destacar que toda esta lucha no es algo que surgió hace poco en Argentina, sino que viene desde la década del ’50 con la movilización de “Las Pioneras”: aquellas que iniciaron el camino del fútbol femenino en el país. Si bien tuvieron que enfrentar grandes impedimentos, ya que en esa época era mucho menos aceptado ver mujeres jugando al fútbol, ellas actuaron contra la norma y se convirtieron en pilares fundamentales de la historia. Formaron parte de la primera selección argentina femenina que jugó en un mundial (México 1971). Uno de los hitos fue ganarle a Inglaterra por 4 a 1, generando tanta repercusión que se estableció el 21 de agosto como el día de la jugadora de fútbol en Argentina (Cannataro, 2019).
El hecho de que se haya aprobado la profesionalización del fútbol femenino es un gran paso hacia la mejora de condiciones en las que se desempeñan las futbolistas argentinas. Sin embargo, la lucha por un mundo del deporte más igualitario está lejos de haber finalizado y forma parte de un movimiento mucho más complejo, el feminismo Todas las personas que día a día se esfuerzan para que el fútbol femenino obtenga más visibilización, recursos y reconocimiento no cesarán hasta haberlo alcanzado. La autora del libro ¡Qué jugadora! Un siglo de fútbol femenino en la Argentina, Ayelén Pujol, resume todo esto con palabras muy acertadas: “El principal cambio tiene que ver con la palabra identidad, que parece liviana, pero tiene un peso enorme en la historia de las mujeres en general y del fútbol en particular. Rompimos un muro muy grande, dejó de ser un espacio prohibido y el tema está en el debate público: identificarse como futbolista siendo mujer es un camino posible".
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