Una introspección a la discriminación racial en la Argentina, desde su origen en la época de la colonia española, con el objetivo de fijarnos en aquellos microracismos que hemos arrastrado. La autora nos invita a reflexionar sobre aquello en lo que podemos contribuir para alcanzar una sociedad más igualitaria.
POR SOFÍA POLITI
Mirando hacia afuera
Al igual que los posts de instagram, tweets, noticias y cualquier otra forma de manifestar indignación, la idea de escribir un artículo sobre el racismo y la xenofobia en Argentina surgió unos días después del asesinato de George Floyd. Como es sabido, el hecho -que se sumó a otros recientes actos de discriminación que fueron controversiales en los Estados Unidos- desencadenó múltiples protestas tanto a nivel local como a nivel nacional e internacional.
Bajo el terrible contexto de pandemia que estamos atravesando, gente de todo estrato social salió a protestar y se sumó al movimiento #BlackLivesMatter por la revalorización de las vidas de los afroamericanos, enfrentando a su policía local y hasta violentado o derribando estatuas de figuras que históricamente han contribuido a la discriminación racial y al esclavismo (como Cristóbal Colón, el Rey Leopoldo ll de Bélgica o Edward Colston, un traficante de esclavos inglés). No obstante, no todo participante de esta acción colectiva puede ser considerado un altruista.
Como es natural, algunas personas nos pronunciamos a favor de los derechos de los afroamericanos, aunque tras observar el trato inhumano que recibió aquella familia qom de la ciudad de Fontana (Chaco) el pasado 31 de mayo, ¿cómo nos íbamos estar fijando en Estados Unidos? Había que hacerse una autocrítica.
El mito del “crisol de razas”
En comparación a Europa o América del Norte, a primera vista se podría negar que en los países latinoamericanos tenemos un problema de racismo y discriminación. Al igual que los demás países del hemisferio sur, Argentina podría ser el ejemplo de la multiculturalidad, es decir la unión de costumbres provenientes de diferentes culturas, y de la “teoría del crisol de razas”, la supuesta fusión de las diferentes “razas” en una sola. Estas consideraciones se pueden explicar debido al proceso de integración social que tomó lugar en el país, a causa de la colonia y las posteriores inmigraciones provenientes de Europa. Pero, ¿es este relato consecuente con la realidad?
Efectivamente, Argentina es un país donde el mestizaje es un patrón repetido y, consecuentemente, hay una notable mezcla de culturas. Sin embargo, estas observaciones no son suficientes para afirmar que nuestro país es la excepcionalidad. En Argentina el la discriminación existe y es mucho más acentuada de lo que notamos o más bien de lo que nos gustaría admitir.
Sin duda alguna la “teoría del crisol de razas” es un argumento bastante convincente, pero históricamente la realidad fue distinta. Si a lo largo del siglo XX las supuestas “razas” se fusionaron en una sola, el resultado fue mayoritariamente blanco-europeo. Un estudio de hace años, hecho por Seldin et al. (2006), revela que la estructura genética promedio de la población argentina contiene un 80,2% de contribución europea, un 18,1% indígena y un 1,7% africana. Aunque estas cifras varían mucho según la provincia, reflejan que la formación de familias inter-étnicas en el territorio de la Argentina fue verdaderamente limitada, por lo que la “teoría del crisol de razas” no es real.
En línea con este mito, habiendo superado la época de la colonia, la discriminación racial a negros e indígenas en el país fue sostenida en el tiempo hasta la modernidad.
Un poquito de historia
¿Alguna vez te preguntaste por qué casi no hay negros en la Argentina? La población negra argentina fue utilizada como “carne de cañón” en las guerras por la independencia, las guerras civiles que vinieron luego y, por último, la ofensiva contra Paraguay (1865). Es más, “...la natalidad era muy baja, incluso en comparación con otras sociedades latinoamericanas. Los amos evitaban a toda costa el casamiento de un esclavo, al igual que el embarazo de una esclava, con el argumento de que esto le impedía prestar todos los servicios para los que fue comprada” (Barrientos, 2017).
Por otra parte, ya es bien conocido para nosotros el etnocidio que padecieron los pueblos originarios. En la escuela primaria más de una vez se nos ha relatado la “conquista al desierto” (1878-1885), realizada por Julio A. Roca, como uno de los grandes logros de la época. En efecto, fue una conquista. Implicó la expansión e afirmación de la soberanía nacional sobre nuevas tierras, como también (al igual que cualquier gran imperio) el dominio y exterminio de la población que allí habitaba.
La justificación de la dominación racial
En la Europa medieval, el señor feudal se sentía naturalmente superior a sus siervos, lo cual no sólo se justificaba por su condición como propietario de la tierra, sino que porque en él radicaba una primitiva tradición patriarcal. Eventualmente, estos lazos de dominación se desvanecieron, pero con la llegada del colonizador blanco a Latinoamérica, el mismo buscó otras bases en las que pudiese justificar su dominación.
El hombre blanco se convenció de la inferioridad de los “hombres de color” en base a una ventaja -tanto en términos militares como tecnológicos- que, a sus ojos, le permitieron exportar su modo de vida al mundo entero y eliminar cualquier otro tipo de producción social (Quijano, 2000; Pla 2012). Por medio de esta concepción, el hombre europeo se consolidó a sí mismo como la raza superior, originando los prejuicios en base a la idea de “raza” (que permanecen hasta el día de hoy) y fomentando el racismo, entendido como la sensación de superioridad de una raza frente a las demás y la necesidad de mantenerla separada del resto.
Estudios científicos de fines del siglo XX refutan la existencia de razas puras en los humanos. Sin embargo, el término “raza” comienza a utilizarse en humanos a partir del siglo XVI, por lo que se trata de una palabra que responde a un sistema clasificatorio útil a los propósitos de una clase dominante. Asimismo, la racialización es el proceso en el que, en pos de mantener la dominación, un grupo de personas (las dominantes) identifica a otro grupo de personas (las dominadas) según categorías raciales.
Bajo el supuesto de la supremacía de la “raza blanca”, tanto los pueblos originarios a lo largo de toda América como los afroamericanos tuvieron que asimilar una condición de inferioridad por su étnia. Por consiguiente, fueron obligados a eliminar su identidad y costumbres para adoptar nuevas -tales como el catolicismo, el idioma y la educación occidental- y a aceptar su color de piel como un imposibilitante para acceder a un mejor nivel de vida, limitándoles su acceso a mejores trabajos al igual que mayores derechos.
No existen las desigualdades étnicas, sino las clasistas
¿Cuántas veces escuchamos a alguien decir “negro de mierda” cuando la persona no era necesariamente negra, sino que pertenecía a un estrato social más bajo? Tras las siguientes premisas: en primer lugar, que siempre prima el mestizaje ya que la “pureza racial” no existe, como fue anteriormente mencionado, y que una persona de color tiene las mismas capacidades que una persona blanca si se le presentan las mismas oportunidades, entonces se puede sostener que no existe la desigualdad étnica. Esta es una observación muy simple, pero que nos abre los ojos ante una discriminación que reproducimos desde la época de la colonia y que se desplaza desde la cuestión étnica a las relaciones sociales y económicas, por consiguiente a la división de clases.
Margulis (2006) define este fenómeno como la racialización de las relaciones de clase. Se trata de ciertas barreras que dificultan la movilidad social de los sectores que llevan en su cuerpo las marcas del mestizaje, es decir la herencia de la colonia, generando un efecto en el sistema de estratificación social (Pla, 2012). En otras palabras, se trata de la superposición de las desigualdades sociales con el color de piel.
En Argentina, el proceso de la racialización de clases comienza en el siglo XIX con la formación del Estado Nación y, posteriormente, se revitaliza con los procesos de migración del campo a la ciudad a partir de 1930 aproximadamente, en un contexto de advenimiento del peronismo como doctrina política y de la industrialización como modelo económico.
Estas masas provenientes del interior del país se radicaron en los cordones de las principales ciudades con industria, originando las primeras villas, y sin esperarlo se convirtieron en el apoyo político del peronismo. “Cabecita negra” o “negro cabeza”, este insulto peyorativo que es tan popular, se originó en este período y sus autores fueron las clases altas y medias antiperonistas de Buenos Aires, agobiadas por esta “invasión” de una nueva clase trabajadora a su ciudad.
Junto a los migrantes internos, que se transladaron a las ciudades para prosperar y ascender socialmente, están los inmigrantes provenientes de países limítrofes como Bolivia y Paraguay. Estos inmigrantes extranjeros también son víctimas tanto de la racialización de clases como de la xenofobia, dos puntos de conflicto que se interseccionan.
Equivocadamente, damos por entendido que algunos extranjeros se dedican exclusivamente a ciertas actividades, como el boliviano a la verdulería o el chino al supermercado, cuando este patrón se explica por la distinción étnico-racial que actúa como un limitante para obtener mejores condiciones laborales. De ello se sigue que los inmigrantes bolivianos suelen dedicarse a la producción y comercialización de frutas y verduras porque su inserción en ese nicho es más sencilla que en cualquier otra actividad, ya que cuentan con la asistencia de su propia comunidad y no son limitados por los estigmas del blanco argentino del área metropolitana. Si uno se pone a reflexionar, cae en que lo mismo le sucede a los inmigrantes de otras nacionalidades, como a los chinos que trabajan en supermercados o los africanos (provenientes de Senegal, Nigeria o Camerún, por ejemplo) que trabajan en la calle vendiendo imitaciones falsas de productos y más de una vez son corridos por la polícia.
La limitación sobre el tipo de trabajo que la persona racializada ejerce no es la única forma en la cual estas personas son afectadas. Es importante mencionar cuán injusto es el desprecio que las personas de color pueden experimentar en relación a sus derechos. Más de una vez escuchamos a alguien acusar a los extranjeros de venir al país a aprovecharse de nuestros servicios como ciudadanos argentinos. Quien alguna vez dijo que “las paraguayas se embarazan para cobrar el plan”, seguramente no sabe que solo el 5% de las madres beneficiarias son extranjeras y que para acceder a la Asignación Universal por hijo (AUH) deben haber residido en el país por 3 años. También es mentira aquella creencia popular de que las madres se “embarazan para cobrar”, ya que no se ajusta a la realidad: 51,2% es el porcentaje de las beneficiarias que tienen un solo hijo, mientras que las mujeres que tienen dos hijos representan el 28,1%.
Bajo este tipo de frases, que subestiman las capacidades de las personas extranjeras como de ascendencia indígena o afroamericana, todavía se limita el tipo de trabajo y/o derechos a los que estas personas pueden acceder. Es importante señalar que la racialización también está expresa en otras formas de discriminación, como la estigmatización, el desprecio, la exclusión y la violencia.
¿Y qué hago yo con mi privilegio blanco?
Se podría hacer una conclusión vaga, resaltando que tan parecidos algunos argentinos son a los racistas estadounidenses, en consideración a todo lo presentado en este ensayo. Sin embargo, creo más sensato transmitir algunas actitudes que podemos adoptar individualmente para colaborar con la lucha contra el racismo estructural: el sistema en el cual las políticas públicas, las prácticas institucionales, representaciones culturales y otras normas de trabajo, perpetúan la desigualdad a uno o a varios grupos étnico-raciales, al mismo tiempo que avala el racismo individual, osea las suposiciones, creencias y/o comportamientos racistas (chistes racistas o creencias de superioridad sobre otra étnia).
En primer lugar, podemos amplificar las voces de las personas racializadas. Para ello, es verdaderamente importante escuchar a esas personas y acompañarlas en su lucha. Algunos activistas y organizaciones antirracistas, de las cuales se puede aprender mucho y estar al tanto del activismo antirracista tanto en Argentina como internacionalmente, son: Nia Huaytalla (@halumi), Louis y Axel Yupanqui (@louisyupanqui y @axelyupanqui), Indentidad Marrón (@identidadmarron), Jennifer Parker (@jenniferparker_) Ciguapa (@ciguapadecolonial), Kyla Lacey (@kylajlacey), Agrupación Xango (@agrupaciónxango) y Zyhahna Bryant (@zysaidso).
En segundo lugar, debemos hacer visibles tanto las injusticias raciales como las barreras de progreso de las personas racializadas. En línea con esto, considero importante mencionar cuál es la situación actual de los pueblos indígenas, como los quom o los wichís. Muchos asentamientos indígenas todavía padecen todo tipo de estigmatización -se los considera salvajes e incapaces-, a lo que se le suma la vulneración de sus derechos como ciudadanos argentinos, debido a la lejanía que el Estado mantiene. Consecuentemente, la poca respuesta institucional a sus problemas profundiza la brecha que existe en términos económicos, sociales, educativos, sanitarios y culturales, en relación al resto de la población argentina.
Para concluir, no basta con ser “no racista”, sino que hay que actuar activamente de forma antirracista. El racismo estructural es una realidad consolidada, por lo que ignorando alguna actitud racista o xenófoba -ya que manifestarse puede ser incómodo-, implícitamente estamos aportando al sustento de este tipo de discriminaciones.
Bibliografía:
Quijano, Aníbal (2000). “Colonialidad del poder y eurocentrismo en Latinoamérica”
Seldin, Michael F. et al (2006). Argentine population genetic structure: Large variance in Amerindian contribution.
Wade, Peter (2011). “Multiculturalismo y Racismo”
Pla, Jésica (2012). “Apuntes para re-pensar la relación entre la conformación racista del Estado en Latinoamérica y los estudios de estratificación y movilidad social en Argentina”.
Zabala, Mario (2017). “El mito del crisol de razas”
Barrientos, Ramiro (2017). “¿Dónde están los negros de Argentina?”
Dalle (2020), “Movilidad social a través de tres generaciones. Huellas de distintas corrientes migratorias”
Clarín. Datos de Anses. Solo el 1,4 de los chicos que cobran la AUH son extranjeros.
Sobre la autora
Sofía Politi
Soy estudiante de Ciencia Política y Gobierno en UTDT, pero me gusta más la historia. Apasionada de los caballos y casi siempre en una nube.
Contacto:
sofia.ppoliti@gmail.com
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