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Luciana Perczyk

¿Mejor no hablar de ciertas cosas? La industria ganadera y el medio ambiente

Una persona promedio hoy en día consume el doble de carne, queso y huevo que una persona de dos generaciones atrás. Esta tendencia continúa en crecimiento. Es preocupante porque el aumento en el consumo de carnes, específicamente vacunas, constituye un factor negativo para nuestro planeta.


Para entender esto, hay que saber cómo funciona el cambio climático y el rol de la industria ganadera en él. Una vez aclarados esos tantos, cabe lugar para proponer cambios individuales para mitigar el efecto de estas industrias a largo plazo.



¿De qué manera lo que comemos contribuye al calentamiento global?


El libro Tackling climate change through livestock de la Food and Agriculture Organization (FAO) describe los gases invernaderos más importantes: dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. Los tres intervienen en el 95% del aumento del efecto invernadero a nivel global y forman parte del proceso de la producción de alimentos.


Estos gases se generan por una parte en el agro, necesaria para alimentar a los animales que luego se consumen. Estos cultivos también tienen emisiones, y la deforestación es la práctica más común para generar nuevos espacios para ejercer la agricultura: representan el 10% de las emisiones mundiales. Este número tan grande nos debería hacer pensar en la cantidad de campos que se dedican únicamente al alimento de animales, los cuales se reproducen en cantidades mucho más grandes que los que, normalmente, la naturaleza proveería por sí misma.

El metano se encuentra principalmente en campos de arroz, alimento de los más consumidos mundialmente. Estos campos se inundan para combatir las plagas que le compiten al arroz. Esa inundación permite el crecimiento, pero también gran parte de la cosecha se echa a perder bajo la tierra, emitiendo grandes cantidades de gas metano.


En cuanto a la industria ganadera, los animales crecen gracias al carbón que capturan de la atmósfera. Sin embargo, no todo lo que ellos consumen se transforma en carbono animal; gran parte se convierte en metano. El estómago de las vacas contiene bacterias que ayudan a digerir el pasto, pero al mismo tiempo generan metano que se expulsa hacia al aire mediante gases.

Esto es una especificidad física particular de las vacas; el estómago de los peces funciona de manera más eficiente sin emitir ningún gas hacia afuera.

No se puede ignorar la cantidad de lugar, energía y agua que precisa la industria ganadera. Para visualizar las dimensiones, este gráfico de la FAO es ideal:



El cuadro compara cuántas emisiones generan la misma cantidad de proteínas oriundas de diferentes especies.

Para la misma cantidad de proteína, la carne de vaca representa el triple en algunos casos comparado con, por ejemplo, la carne de pollo. La proteína de origen vegetal presenta valores inferiores a todos los del gráfico.

Por lo tanto, todas las carnes tienen su impacto ambiental, pero no podemos ignorar que el problema principal es la carne vacuna y una disminución en su producción sería eventualmente significativa.


La cuantificación de la emisión global de gases de efecto invernadero (GEI) del sector ganadero sigue siendo un debate. La FAO participó centralmente en dicho debate y, según esta institución, las emisiones globales del sector ganadero representan un 18%. El número es preocupante: casi la quinta parte de las emisiones globales se le atribuyen al sector ganadero, un sector que depende necesariamente de la demanda de nosotros, los consumidores.


Al tratar la industria ganadera suele frecuentar una pregunta: ¿existe diferencia entre las vacas de feedlot y aquellas de pastoreo libre o “grass-fed”? El artículo del New York Times titulado “Your Questions About Food and Climate Change, Answered” menciona que muchos científicos propusieron la segunda como una opción más sustentable para que la industria pueda seguir operando.

Existe una diferencia: las vacas de pastoreo libre pastan y ayudan a las raíces del pasto, ya que el carbono se dirige hacia el suelo, reduciendo el impacto en el calentamiento global, al permitir que la naturaleza haga lo suyo. El problema es que las vacas están más tiempo vivas hasta que las matan para el consumo, y en ese tiempo se emite más metano a través de sus eructos. Para algunos científicos, puede ser hasta peor que el feedlot.

El versus entre feedlot y grass-fed está inconcluso: todavía no hay certezas.



Cómo apelar a nosotros, los consumidores


Las mejoras tecnológicas no parecen ser suficientes: el camino restante es reducir el consumo y la producción.

El profesor emérito de la Universidad de Linkoping de Estocolmo, Anders Norgren, propone tomar acciones por el lado de los policymakers. Políticas como el impuesto a la carne de vaca serían eficientes, constituyendo un impuesto diferenciado a las otras carnes, para generar un mayor impacto en la elección de compra de los consumidores.

Estos impuestos tienen sentido siempre y cuando se hable de países desarrollados, donde los consumidores tienen margen de compra y no en países donde tal medida afecte a población de bajos recursos (como Argentina). Estos market-based approaches generan incentivos y desincentivos que resultan efectivos a la hora de buscar la reducción de consumo y producción de carne vacuna.



¿En qué quedamos los argentinos? Consumir menos carne roja tiene un impacto. La solución no es necesariamente volverse vegano; el objetivo es que aquella persona que no pueda abandonar la carne sustituya la carne roja por otra. De ser posible, una dieta a base de plantas es la opción más amigable con el medio ambiente. Incluso pasar a una dieta vegetariana puede llegar a reducir la food related print hasta por un tercio. El artículo del New York Times permite ver estos datos gráficamente:



No podemos ignorar nuestra responsabilidad al considerar la huella hídrica que dejamos: la cantidad total de agua de todos los productos que consumimos. A nivel individual, una dieta a base de carne supone una huella mucho mayor que una dieta vegetariana. Mientras que la dieta a base de carne presenta un promedio de 4.000 litros de agua al día, la vegetariana significaría una reducción hasta menos de la mitad; 1.500 litros de agua por día.

Los datos y la literatura científica existen. El desafío es comunicarlos a la población y generar un impacto para motivar cambios. El estudio de Boer, Schösler y Boersema relata un experimento que se realizó con 1000 holandeses para observar las respuestas hacia la idea de comer menos carne. Los autores concluyen que el mensaje intencionado a disminuir la carne en una dieta debe ser emitido a través de enfoques no tradicionales: las cuestiones sociales o de salud parecen afectar más a la gente que el asunto del calentamiento global, incluso a gente interesada en el medio ambiente.

A partir del experimento holandés se entiende que hay que expandir los beneficios de reducir la carne en una dieta alimenticia. La industria ganadera y el consumo de carne afectan a numerosas aristas: la salud humana (a través de enfermedades crónicas, por ejemplo), impactos ambientales (uso de agua y polución), degradación de la vida de familias campesinas y pueblos pequeños de vida rural, trabajo mal pagado y por último, pero no menos importante, el sufrimiento de los animales. Sustituir entonces pescado por carne vacuna, al poner todas las consecuencias enumeradas en una balanza, no parece un sacrificio tan grande.

¿El futuro es verde?

No fue hasta mis diecinueve años que comencé a informarme voluntariamente sobre la importancia de nuestras dietas. La carne vacuna en un país como Argentina forma parte de una cultura muy arraigada.

Hay esperanza, las culturas cambian con las generaciones. Los jóvenes están intentando distinguirse de su predecesora a partir de la toma de conciencia y acción para con nuestro planeta Tierra. Estos cambios se ven día a día, e incluso afectan la demanda de alimentos; hace diez años parecería imposible que en un supermercado argentino hoy se vendiera una mayonesa vegana.

La industria alimenticia y ganadera es interesante en particular por su relación directa con los consumidores. La responsabilidad individual no debe ser subestimada. El activismo ciudadano es fundamental, sin tener intenciones de culpabilizar. Cada uno puede hacer lo que sus recursos le permitan.

La concientización sobre la alimentación es un comienzo y la industria ganadera es tan solo una parte de lo que representan las emisiones de GEI globales. Sin embargo, es una donde podemos participar con certeza de que nuestra involucración como individuos tendrá significancia. ¿O acaso cuantos movimientos comenzaron con la idea y voluntad de un par de personas?



Referencias

De Boer, J., Schösler, H., & Boersema, J. J. (2013). Climate change and meat eating: An inconvenient couple?. Journal of Environmental Psychology, 33, 1-8.

Gerber, P.J., Steinfeld, H., Henderson, B., Mottet, A., Opio, C., Dijkman, J., Falcucci, A. & Tempio, G. 2013. Tackling climate change through livestock – A global assessment of emissions and mitigation opportunities. Food and Agriculture Organization of the United Nations (FAO), Rome.

Nordgren, A. (2012). Ethical issues in mitigation of climate change: The option of reduced meat production and consumption. Journal of Agricultural and Environmental Ethics, 25(4), 563-584.

Schneider, H., & Samaniego, J. (2009). La huella del carbono en la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. Santiago de Chile: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

Steinfeld, H., Gerber, P., Wassenaar, T., Castel, V., Rosales, M., & de Haan, C. (2006). Livestock’s long shadow: Environmental issues and options. Food and Agricultural Organization of the United Organization (FAO), Rome. www.fao.org

Weis, T., 2013. The ecological hoofprint: the global burden of industrial livestock. London / New York, UK / USA, Zed Books.


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