Por Lara Romeo
Me miro al espejo y descubro otras canas. Siguen brotando.
Me desnudo y miro con resignación las estrías de mi piel flácida y picada, también hay algunas venas varicosas aquí y allí.
Mientras me ducho me doy cuenta de que estoy perdiendo siempre más pelo, y sigo sin entender si es debido al cambio de estación, al estrés o a la vejez. Ojalá sean los tres juntos. Me seco y me pongo el pijama, enciendo la tv y el noticiero sigue hablando solo del coronavirus; no puedo estar sin noticias, pero, igualmente, cada vez que me informo tengo un nudo en el estómago.
Me siento fatigada al respirar y me parece tener una lápida en el pecho. Sobre sí está mi epitafio: “Lara Romeo, Venecia 04.12.1996 – Buenos Aires 26.03.2020”. La italiana de intercambio que se quedó en cuarentena.
Pienso que aquel guión entre la fecha de nacimiento y de muerte representa una vida entera, mi vida entera.
Y solo esto queda: un guión insulso.
Durante los últimos años me habría gustado solo tener más tiempo. No estaba pidiendo demasiado. Solo un poco de tiempo: dos semanas donde estábamos yo, un sofá, mi pila de libros y comics que leer y el nada cósmico todo alrededor. Un sueño sencillo.
Me estaba dando cuenta que había más tiempo que vida, y que la mía no habría bastado para leer todos los libros que quería. Y ahora que las tengo, estas dos semanas de tiempo extra, afuera azota la llaga. No lo quería así, no quería la muerte de nadie y tampoco una cárcel entre las cuatros paredes caseras. Sin embargo, en el fondo, esto era lo que quería. Pienso que soy una puta cabrona y que no estoy contenta con nada, que de repente no tengo gana ni de leer ni tampoco de hacer.
Me doy cuenta con amargura que mis días pasan jodiendo fuerte. Hoy me lavé después de no sé cuántos días de abandono; este podría ser el momento de aprovechar productivamente y por el contrario, nada. Me despierto a la hora de almorzar y relleno la agenda de empeños que ya sé que nunca haré… La única cosa que querría era correr afuera y rellenarme los pulmones de aire, ver a las personas que quiero, quemarme los ojos con el sol. En cambio, cuando aparto las cortinas, afuera de la ventana solo veo un puto hielo blanco-gris, maldito blanco-gris, que siento que me entra dentro.
Voy al baño a mear y allí está, delante del espejo, el blanco-gris de mi cara: me ha agarrado la piel. Joder. Me quito la ropa y me quedo desnuda, me abro el pecho y allí está, el bastardo, dentro mi caja torácica.
El blanco-gris.
¡Me ha tomado el alma!
Suena el móvil, es mi abuela de ochenta años: “Querida, ¿qué tal?”.
“Como ayer y como mañana”.
“Estoy todo el día sola en casa, leo y miro la televisión, pero me agito igualmente… Tomo las gotas. Me alegra oírte”.
Me desplomo en el suelo sobre mi ropa y empiezo a llorar: “A mi también me alegra mucho oírte, abuela”.
Sobre la autora
Lara Romero
Me gustan los otros tiempos, el hórrido y el sublime, las películas viejas en blanco y negro, la comida oriental y el helado. La inteligencia sin pretensión y el respeto. . lara.romeo@hotmail.it
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