¿Estado sí o Estado no? ¿Cuál debe ser su rol en la nueva coyuntura?
Por Ángeles Sancisi
La era de la globalización trajo aparejados el flujo ilimitado de bienes y servicios, un nuevo rol de los capitales transnacionales y el surgimiento de redes de producción globales. En las últimas décadas, no solo presenciamos un incremento en la cantidad, sino también en la velocidad de los intercambios. En este contexto, la capacidad de los estados-nación de controlar el tránsito de personas y de bienes, tanto tangibles como intangibles, a través de sus fronteras se encuentra severamente cuestionada.
El innegable aumento de la interconexión a nivel mundial dio lugar a nuevos debates sobre el rol del Estado, que en muchos casos afirmaron su obsolescencia como ente regulador y por ende decretaron que su desaparición sería el desenlace esperable. Sin embargo hoy, en tiempos de pandemia, teniendo en cuenta el papel crucial del accionar de los estados del sistema internacional, me parece pertinente preguntarnos qué tan cierto es pensar en un eclipse del Estado.
En 1997 el sociólogo Peter Evans publicaba su trabajo “El eclipse del Estado. Reflexiones sobre la estatidad en la era de globalización”, abriendo la puerta a repensar un debate histórico sobre el rol del estado como institución. En su análisis, el autor comienza por rastrear aquellos argumentos que proclamaron, sobre todo desde principios de los 80, que el rol cada vez más activo de la sociedad civil y la autosuficiencia de los mecanismos de mercado transformarían al Estado en un sujeto innecesario.
Sin embargo, Evans sostiene que en lugar de declarar el fin del Estado como entidad resulta más adecuado reformular y readaptar sus funciones y capacidades. La profundización del comercio internacional y la relevancia de los inversores transnacionales no son incompatibles con un Estado competente y unificado. Un marco institucional capaz de proveer normas y reglas que aseguren estabilidad y previsibilidad resultan cruciales para garantizar cualquier participación del capital financiero internacional, siendo los países del Este de Asia un ejemplo de las ventajas de esta ‘alta estatidad’. Análogamente, en un mundo en donde existen múltiples empresas globales como Microsoft o Amazon, “cuyos activos asumen la forma de ideas”, resulta crucial reinventar las funciones estatales tradicionales en vistas de adoptar un marco regulatorio capaz de contemplar las medidas necesarias para reglar los derechos de propiedad intelectual.
En cuanto al rol de la sociedad civil, que para algunos autores pondría en jaque la necesidad de la burocracia estatal para proveer bienestar social, Evans sostiene que deberiamos pensar mas bien en una relación de sinergia o de complementariedad. Un estado eficiente y competente resulta un incentivo para la participación cívica y cuenta con una mayor capacidad de garantizar a las asociaciones de la sociedad civil los recursos que estas necesitan para la consecución de sus objetivos.
Por consiguiente, el autor concluye que, si bien el eclipse del estado es una posibilidad, este no es inminente. Según el sociólogo, la dicotomía estado-mercado que en la década de los 90 se inclina por dejar todo librado a las leyes de la oferta y la demanda debe ser pensada a partir de la idea de la “oscilación de un péndulo”. El “pesimismo” sobre el rol del estado y los intentos por reducir su papel al máximo constituyen una reacción esperable luego de una época de excesivo intervencionismo estatal. Resulta posible, entonces, que el péndulo vuelva a oscilar hacia el otro extremo.
Este cambio de perspectiva podría haber tenido lugar durante los últimos días frente al brote del COVID-19. En el contexto de la pandemia, tanto los sistemas de salud a nivel mundial como los mecanismos de cooperación internacional fueron puestos en jaque por la necesidad de cerrar las fronteras nacionales. La divergencia de las respuestas en los distintos estados afectados puso de manifiesto que, a pesar de la mayor integración global, se necesitan infraestructuras fuertes y eficaces dentro de cada estado nacional.
La rápida propagación del virus, y la histeria colectiva que le siguió a esta, vuelven evidente la necesidad de un plan concreto y medidas concertadas al interior de cada país. La intervención activa de la administración pública se torna fundamental frente a la incapacidad de la sociedad civil de adoptar una estrategia conciliadora y frente a la imposibilidad del mercado de garantizar a la población su vida y seguridad.
Por consiguiente, el esparcimiento de esta nueva pandemia debería dar lugar a un espacio para nuevas reflexiones. En primer lugar deberíamos pensar en las deficiencias del sistema de salud actual, asimétrico a nivel global y carente de una planificación centralizada capaz de generar una iniciativa coordinada a nivel mundial. En segundo lugar, resulta vital analizar el rol de la cooperación internacional en un mundo cada vez más globalizado, ya que frente a una crisis de estas dimensiones muchos países eligieron reafirmar su soberanía territorial y subordinar la cooperación internacional al bienestar nacional. Finalmente, y siguiendo con aquello escrito hace más de dos décadas por Peter Evans, se torna necesario discutir qué tan crucial resulta en la actualidad la participación estatal.
La suspensión de eventos y festivales con grandes conglomeraciones de personas, la restricción de la movilidad y de los servicios de transporte y los decretos que buscaron prevenir la aceleración del contagio a partir de la obligatoriedad de un periodo de cuarentena fueron resultado de un plan de acción concertado a nivel estatal. Sin embargo, la falta de una infraestructura capaz de lidiar con las necesidades de los infectados y la ineficacia de las medidas en países como Italia que demoraron en su aplicación, ponen de manifiesto que queda un largo camino por recorrer dentro de cada estado nacional.
En la era de la globalización el COVID-19 señaló nuevamente la necesidad de repensar el rol del Estado, que a pesar de verse atravesado por flujos de personas, bienes y servicios, sigue teniendo un papel insoslayable dentro del sistema internacional. Que su infraestructura y sus instituciones hayan sido puestas en jaque por la pandemia es solo un indicador de que, más que desaparecer, éste debe encontrar los instrumentos para sobreponerse a los desafíos que plantea la contemporaneidad. A la hora de reformular las responsabilidades del estado-nación como entidad, podría resultar adecuado pensar en un péndulo que oscila entre el “pesimismo” excesivo con respecto a su intromisión y el intervencionismo exacerbado, para no perder de vista que el mercado y el Estado no deberían tener papeles antagónicos, sino más bien complementarios.
Un evento de esta magnitud debería servir para repensar cómo reivindicar y abogar por la fortaleza del Estado como entidad.
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