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CANDELA KALAIDJIAN

Salomé y el primer stripdance

Actualizado: 17 abr 2021

La danza de los siete velos, la femme fatale, la mujer joven y seductora… ¿Y la que no? ¿Cuál es el lugar del cuerpo femenino en la historia de la humanidad?


POR CANDELA KALAIDJIAN


De chica, cuando iba a la casa de mis abuelos, me gustaba pasar el rato leyendo unas enciclopedias que se llaman Lo Sé Todo. Hoy las tengo en mi casa y cada tanto las miro. Pero fue en lo de mis abuelos que incursioné por primera vez en sus páginas ya amarillentas (habían sido de mi papá). Me acuerdo de varias entradas. Una explicaba cómo se inventó la máquina de vapor y por qué fue clave para el desarrollo de la Revolución Industrial. Otra resumía la historia de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Pero mis favoritas siempre fueron las entradas sobre Grecia, sobre todo las de la Odisea, y los relatos bíblicos. Aunque hoy me confieso bastante atea, cuando era chica sentía una especie de fascinación no tanto por el dogma cristiano, sino, sospecho, por el drama que los episodios bíblicos siempre representaban. Desde padres que estaban dispuestos a sacrificar a sus hijos por su amor a Dios, a profetas que separan los mares y ciudades que desaparecen por haber despertado la ira del altísimo.


No podemos decir que la biblia es muy amable con las mujeres, más bien lo contrario. Pero, sí hay que reconocer que, por lo menos, algunos personajes femeninos son bastante entretenidos. De mis horas leyendo las Lo Sé Todo recuerdo a Dalila, Eva, Judith y a Salomé. Nunca a la Virgen María o a una de las “buenas”. Las mujeres “malas” de la biblia tenían para mí un atractivo confuso. Yo entendía que lo que hicieron estaba mal. En algunos casos me resultaba más difícil, como en el de Eva ¡Yo también querría saber todo! Pero en otros, como el de Salomé, era evidente la cosa. Y lo peor es que eso hacía que me parezca aún más interesante. Vale la pena, también, preguntarse por qué hay tantas historias de mujeres colaborando con la decapitación de los hombres en la biblia. Quizás tenga que ver con la opresión sistemática de la mujer, pero bueno, me excede esta interpretación. Lo que me interesa es que el personaje de Salomé y su legendaria danza de los siete velos ejercieron en mí desde muy chica una curiosidad y una simpatía que yo entendía como peligrosas.

Pasaron muchos años desde mis lecturas de enciclopedias y la verdad es que volví a tropezar con Salomé de casualidad. Una amiga me recomendó la película de los años 50, Sunset Boulevard. Sin saber mucho de qué trataba, pero confiando en mi amiga y siendo fan de las películas viejas, la descargué (ilegal, lo siento mucho) y comencé a verla. Dejando de lado toda la trama del film noir, lo que me llamó la atención fue que Norma Desmond, la olvidada actriz del cine mudo interpretada por Gloria Swanson, le encomienda al guionista medio de segunda interpretado por William Holden la corrección del guión que escribió para lograr su tan ansiado comeback como estrella de Hollywood. La historia que Desmond elige para volver a las pantallas, para convertirse una figura del cine sonoro, es nada más y nada menos que la historia de Salomé. Aunque a Norma Desmond se le zafaron un par de tornillos algo en su elección me pareció sumamente lógico.


La cuestión es que la película terminó y yo me quedé pensando en Salomé. Como casi licenciada en Historia, algo que me pregunté es si la danza de los siete velos, que Salomé realiza frente al rey Herodes para demandar la cabeza de Juan el Bautista, sería el primer registro de un striptease. Una breve visita a Wikipedia me enseñó que hay referencias de esto en un mito sumerio. Pero también me ayudó a reforzar una idea que me venía dando vueltas. Me llevó a pensar en que Salomé, e incontables mujeres desde entonces, usaron su cuerpo, su sensualidad, para conseguir algo que deseaban. No voy a defender ir por ahí decapitando hombres, por ahora. Sin embargo, creo que podemos relacionar esta historia bíblica con los problemas que enfrentamos las mujeres hoy en día.


Vi en el agujero negro de Twitter y escuché más de una vez a hombres decir que el patriarcado no es tan malo y las mujeres no son víctimas de éste porque ellas usan sus “encantos” para zafar de una multa, entrar a un boliche o incluso conseguir asensos en su vida laboral. Más allá de que me parece bastante insignificante todo esto si lo comparamos con la cantidad de mujeres víctimas de violencia de género o de la brecha salarial, creo que hay una lectura más profunda que puede hacerse. Si el patriarcado nos está recordando constantemente que las mujeres sólo valemos dependiendo de qué tan bellas o deseables somos ¿cuál sería, entonces, el problema de apropiarse de esta limitación que se nos impone para tratar de mejorar aunque sea un poco nuestra situación? Creo que, en todo caso, muestra lo ridículo que es el sistema patriarcal. En definitiva, una mujer se hace un poco la linda y quizás el hombre que tiene enfrente se marea lo suficiente como para dejarle pasar una multa de tránsito. La versión bíblica es, lo admito, más extrema. Salomé hace un bailecito, quizás el primer striptease, se saca los siete velos y consigue que asesinen a un hombre. Pero, creo que hay una conexión.


Desde la antigüedad la mujer es un sujeto subalterno frente a la dominación masculina. Su valor estuvo ligado no al hecho de ser una persona, sino a dónde encaja en la escala Madre/Esposa fiel/Virgen – Prostituta. Las artes se encargaron, a lo largo de los siglos, de reproducir este esquema. Si vemos las representaciones de Salomé, vemos que es siempre una mujer joven y hermosa, no podría ser de otra forma. La Salomé de Tiziano, con la cabeza de Juan el Bautista en la famosa bandeja de plata, tiene una belleza tan tranquila que genera un cierto malestar. Caravaggio le dio una capa de un rojo increíble, que nos recuerda la sangre derramada por su capricho. Otros la representaron bailando como Fra Filipo Lippi, en cuya obra se transmite la sensualidad del momento a través de la suavidad que sugieren los paños ciñéndose a la pierna de Salomé. Gustave Moreau, por su parte, creó una Salomé más parecida a lo que yo imaginaba cuando leía la historia. La femme fatale ataviada con exóticas y escasas prendas rodeada de la sangre de Juan el Bautista. Oscar Wilde escribió una pieza teatral sobre Salomé, y el escritor francés Joris Karl Huysmans hace referencia a la obra de Moreau en su particular novela À rebours. Huysmans, con la sensibilidad del crítico de arte, reconoce el poder de Salomé en la representación de Moreau, que trasciende los siglos.


Hoy en día vemos en las redes sociales mujeres que se apropian del erotismo de sus cuerpos, pretenden disociarlos del goce que pueden producir para la male gaze y empoderarse ellas mismas. Si en verdad se logra esto o si en realidad se está continuando a alimentar la idea de que las mujeres no somos más que nuestros cuerpos, sean hegemónicos o no, o vistos por hombres o no, es un debate muy interesante ¿Qué significa una mujer que se desnuda, ya sea para una foto de Instagram o para un stripdance, para una performance o una película? Escribiendo en 1972, y por lo tanto ajeno al debate sobre si las nudes empoderan o no, John Berger señala que los hombres tratan a las mujeres de acuerdo con el deseo que estas les generan, lo que haría que las mujeres se piensen como objetos para ser vistos. Berger explica que en el arte, el desnudo cumple la función de gratificar al espectador. Pero, podemos argumentar que ni hace falta que una mujer se desnude para convertirse en objeto de deseo. Mi abuela siempre me dijo que era mejor insinuar que mostrar y es famosa la escena de Gilda en la que Rita Hayworth (quien también interpretó a Salomé) se quita un guante largo de satén negro con tanta sensualidad que el Vaticano condenó la película por ser indecente. Pero siempre es igual: la mujer para ejercer poder sobre el hombre con su cuerpo debe resultarle atractiva. Es por eso que en Sunset Boulevard el personaje de William Holden se asombra y se burla de que Norma Desmond pretenda interpretar a Salomé ya que su belleza y su juventud “han pasado”.


Con todo esto no pretendo generar juicios de valor sobre las mujeres que eligen desnudarse, siempre y cuando no sea para conseguir la decapitación de alguien. Sólo busco reflexionar un poco sobre el rol de la mujer y su cuerpo frente a la dominación masculina y sobre cómo aparecen representadas las mujeres que hacen uso de sus cuerpos como armas de resistencia subalterna, según diría James C. Scott. En general, aparecen de forma negativa. Para la sociedad, la mujer que se desnuda es peligrosa tanto si se amolda a sus estándares como si no lo hace. La femme fatale es peligrosa por su poder de seducción, su nombre mismo lo indica. Pero la feminista que decide desnudarse en una marcha o las representantes del activismo gordo que buscan mostrar la belleza de un cuerpo otro son condenadas por desafiar lo aceptable. Parece que no importa lo que hagamos con nuestros cuerpos. Si queremos seducir, conseguir algo, empoderarnos, sentirnos cómodas en nuestra piel, sacarnos la remera en un día de calor como haría un hombre, nuestros cuerpos y nuestro uso de ellos siempre resultarán conflictivos en una sociedad que nos sigue considerando como objetos para ser vistos


¿Podemos quizás reivindicar un poco a Salomé y su danza de los siete velos? ¿O por lo menos entender que en ese relato opera algo más que una mujer que usa su sensualidad para el mal? Otra vez, no defiendo las decapitaciones, pero puedo identificarme con una mujer que quedó reducida a su cuerpo y que usó la única herramienta que le pertenecía y que la sociedad le enseñó que era válida. Lo importante es que vestidas o no, como elijamos, las mujeres ya estamos listas para el closeup, Mr. Demille.

 

Sobre la autora


Candela Kalaidjian


Estudiante de Historia. Colecciono postales. Escribir mantiene a raya la cordura.

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