La mirada de un profesor de la universidad sobre los legados de la filosofía y cómo los mismos deben ser presentados en un escenario contemporáneo, bajo el uso de herramientas pedagógicas.
Por el Dr. Luis Diego Fernández
En enero de 1970 Olivier Guichard, Ministro de Educación de Francia bajo la administración de Georges Pompidou, le comunicó al presidente de la Universidad de Vincennes su voluntad de no aprobar el título de licenciado en filosofía que otorgaba el departamento de la mencionada institución y por lo tanto impedir a sus egresados la enseñanza en liceos, por considerar el contenido de los cursos impartidos demasiado “particular y especializado” y anclado en cuestiones políticas. Michel Foucault, director del departamento de filosofía de Vincennes entre 1969 y 1970, le respondió al funcionario en una entrevista que dio a Le Nouvel Observateur:
La integración de la filosofía a la Universidad no se hizo de la misma manera en Francia que en Alemania. En Alemania la filosofía ha estado ligada desde la época de Fichte y Hegel a la constitución del Estado: de ahí ese sentido de destino profundo, de ahí la seriedad de los “funcionarios de la historia”, de ahí ese rol de interlocutor o inventor del Estado que han jugado de Hegel a Nietzsche.
En Francia el profesor de filosofía ha estado atado a la instrucción pública, a la conciencia social de una forma cuidadosamente mesurada de “libertad de pensamiento”. De ahí ese estilo de director o de objetor de conciencia, de ahí el rol que aman jugar de defensores de las libertades individuales, de ahí su gusto por el periodismo, su cuidado por hacer conocer su opinión y la manía de responder entrevistas.
Como es evidente, Foucault diferenciaba dos modos disímiles de hacer y enseñar filosofía (el alemán y el francés), a los cuales podríamos sumar una tercera modalidad, la angloamericana (analítica y técnica). Vale decir, la filosofía no es homogénea ni un conjunto estable de variantes que comparten todas las tradiciones. La filosofía es, desde Sócrates, un examen de nuestras vidas y una ontología de la actualidad, una interrogación que parte siempre de lo contingente, por ello no hay un modo único de enseñar y hacer filosofía. Esto es lo que Foucault le quería hacer notar al funcionario estatal y que, por el contrario, la Universidad de Vincennes continuaba el linaje de la filosofía francesa a través de su característica centrada en las problemáticas políticas.
Hija de mayo del 68, la por entonces joven Universidad de Vincennes (hoy París VIII Vincennes-Saint Denis) se había constituido como un Centro Experimental nutrido de ideas libertarias, de izquierda y vanguardistas que generaban este tipo de conflictos con el aval estatal por su modalidad libre de enseñanza. Si bien pasaron cincuenta años de esta entrevista, el hacer y enseñar filosofía en el siglo XXI se articula, según mi criterio, a partir de los mismos ejes que sostiene Foucault. En aquel momento en Vincennes se hacía filosofía en sintonía con su tiempo: una manera disruptiva e innovadora que erosionaba ciertos convencionalismos obsoletos y las figuras de autoridad con novedosas formas pedagógicas y contenidos extraños para la tradición filosófica (el cine y la sexualidad, por ejemplo).
Nuestro presente en materia de enseñanza filosófica requiere de una búsqueda alineada con los tiempos que vivimos. Demarcar con precisión tradiciones de pensamiento y procedencias de filósofos será siempre una condición necesaria, del mismo modo que la rigurosidad lógica y conceptual, sin embargo, al mismo tiempo la filosofía exige establecer un diálogo de las aulas con la compleja actualidad que vivimos. Por ello, según mi óptica el trabajo filosófico implica abordar cuestiones del debate contemporáneo que atraviesan los intereses de nuestros alumnos, temas como el género y la diversidad sexual, los feminismos, los liberalismos, los dispositivos tecnológicos o el vínculo con el medio ambiente se encuentran en la agenda que los interpela.
Tomar riesgos pedagógicos, otorgar libertad a los estudiantes e incorporarlos como actores protagónicos es indispensable para comprender sus valores, sus inquietudes y lograr sintonizar una tradición de siglos con el tiempo presente. La dinámica tecnológica y los cambios en las relaciones personales y sociales también son parte de la tarea filosófica que enfrentamos en el siglo XXI en relación a nuestros alumnos.
Gilles Deleuze declaró en una entrevista para Magazine Littéraire en 1988:
“Las clases han ocupado toda una parte de mi vida, me he empleado en ellas con pasión. Es como un laboratorio de investigación. Las clases son como una Sprechgesang, más parecidas a la música que al teatro. Nada se opone en principio a que un curso sea como un concierto de rock”.
Enseñar filosofía en 2020 requiere a título personal la necesidad de transmitir los temas, conceptos y problemas de nuestra disciplina con creatividad pedagógica. En este sentido, espero generar en mis alumnos la conciencia de tres elementos: el deseo de pensar sin tutelas, el sentido crítico para forjar una posición personal y una disposición experimental hacia lo nuevo. Por herencia vanguardista e innovadora y por presente liberal e igualitario, el lugar en el que puedo “tocar” mis clases de filosofía en el sentido aludido por Deleuze con plena libertad de cátedra es en la Universidad Torcuato Di Tella. Luego de seis años como profesor invitado dictando la materia “Problemas Filosóficos”, ofreciendo seminarios libres y coordinando eventos académicos ya puedo asumirme con orgullo como un ditelliano más.
Sobre el autor
Luis Diego Fernández
Doctor en Filosofía de la Universidad Nacional de San Martín. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y Cursa Virtual.
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