Primer puesto de la categoría Ensayo. Concurso de escritura "Paréntesis Veraniego".
Villanos. Esas personas reales o ficticias que solo buscan hacer el mal, destruir y, luego de haber arrasado con todo, salir beneficiados. Muchos ejemplos vienen a la mente cuando uno piensa en los villanos de la ficción; esto es debido a que la idea de los héroes o los buenos y sus respectivos villanos nos acompaña desde muy temprano en la niñez. Crecimos viendo la misma narrativa, con pequeñas variaciones: un valeroso héroe que logró salvar el día de los atentados del malvado villano. Esta idea de que la luz más brillante también proyecta la sombra más oscura es un recurso del storytelling usado desde hace cientos y cientos de años. Sin embargo, ¿qué tanto ha cambiado este recurso a lo largo del tiempo?
Definir el concepto de villano es difícil ya que este está fuertemente asociado con el concepto de maldad. La maldad, a su vez, está ligada a nuestro código moral, el cual varía según nuestra cultura, religión y crianza. Lo que para una persona puede ser considerada una acción buena, para otro puede ser una acción maligna. Debido a que definir a un villano es algo tan difícil, a lo largo de las décadas, el arte ha representado al villano de distintas maneras. Esta libertad artística nos ha llevado a ver a villanos de todo tipo, algunos ciertamente más memorables que otros.
Como todo en el mundo de las artes, los villanos fueron evolucionando para reflejar el contexto histórico del momento. En la década del cincuenta, en un contexto de postguerra, las películas de Hollywood describen el mundo de una manera muy simple: los ciudadanos estadounidenses eran los héroes, que habían salvado al mundo del nazismo, y ahora tenían la tarea de derrotar a la malvada URSS. Por esto mismo, los villanos de las películas en estos tiempo compartían algo en común; fuese un malvado ruso, o un malvado asiático, un malvado alemán o un malvado alien. Eran el otro. En este paradigma inmunológico que se creó, esta cultura donde lo interno es lo conocido y bueno y lo externo es desconocido y malvado, la existencia del otro resultaba un peligro por el simple hecho de ser el otro. Este sistema binario de buenos vs malos, nosotros vs ellos permaneció en la industria durante mucho tiempo; pero, como todo en la historia, lentamente los cambios en la sociedad evolucionaron este sistema hasta dejarlo en su opuesto.
La década del sesenta y del setenta fueron una época de profundos cambios sociales. Los movimientos por los derechos civiles y Vietnam le abrieron los ojos a la sociedad sobre los aspectos no-tan-perfectos de los Estados Unidos, tales como el racismo, la discriminación y la guerra. A su vez, en esta época se vio una rotunda caída en la confianza que las personas depositaban en el gobierno. Si en décadas anteriores el común de la gente confiaba en que el gobierno hiciera lo correcto, ahora ya no se podía estar tan seguro. Por esto mismo, en la industria del cine, el enemigo dio un giro de ciento ochenta grados. Si antes al peligro se lo describía como lo externo, ahora el verdadero peligro se encontraba dentro de las instituciones. La pantalla grande nos trajo entonces películas como Sérpico, que trata sobre la corrupción en el NYPD, o Chinatown o incluso Tiburón, en la que un alcalde decide mantener la playa abierta para beneficiar su bolsillo en vez de cerrarla para proteger a los ciudadanos.
En la década del setenta comenzó un fenómeno que continuaría no solo en la década siguiente, sino hasta el presente. Películas como El padrino o La naranja mecánica comenzaron a romper con la binariedad entre buenos y malos, y a responder la pregunta de qué ocurre cuando el mismo protagonista es el villano de la historia. Los villanos comenzaron a tener más profundidad; ya no eran malos sólo porque sí. Al contrario de lo que muchas veces se nos quiere hacer creer, la persona promedio no disfruta de hacer cosas malas. El concepto de que todos tenemos la capacidad para hacer el bien y el mal se reforzó.
Al ser los villanos más profundos, también se volvieron más memorables. Los setenta y los ochenta nos trajeron a Darth Vader en la saga de Star Wars, un villano el cual, una década más tarde, también protagonizó las precuelas. Al principio, Vader parece el típico villano el cual rige su vida por el odio y la sed de poder, sin embargo, con cada entrega este personaje se profundiza. Logramos entender cada vez más lo que lo llevó a ser quien es y, en sus últimos momentos de vida, cómo llegó a redimirse con su hijo. Darth Vader, así como muchos otros villanos, fue creado empleando un recurso muy poderoso para generar simpatía: las cicatrices. Anakin Skywalker -quien luego sería seducido por el lado oscuro y se convertiría en Darth Vader- perdió sus extremidades y todo su cuerpo se quemó. Las cicatrices que esto le deja son vistas por primera vez en la segunda entrega, y son usadas para mostrarnos un lado que nunca antes se había visto en el amenazante villano: un lado traumado, un lado vulnerable.
Este fenómeno de traernos villanos más reales y profundos continuó por décadas, en películas como Scarface, El silencio de los inocentes, Lolita, El caballero de la noche o Los sospechosos de siempre.
Que un villano protagonice una historia no es fácil de hacer. Después de todo, no es fácil lograr que millones y millones de espectadores empaticen con alguien que constantemente comete actos de maldad. ¿Cómo logramos que el espectador sienta una mayor simpatía con el villano que con las víctimas de este?
Para que un villano esté bien escrito y la audiencia pueda identificarse con él o ella, tiene que sentirse real; tiene que tener una motivación creíble que lo lleve a hacer todo lo que hace. Nadie puede ver una película del cincuenta en la que el villano es un malvado científico soviético que atenta contra el American Dream e identificarse con este porque no se sienten reales. Un villano tiene que estar escrito de la misma manera en la que un héroe, porque, al fin y al cabo, ambos son personas. Un buen ejemplo de un villano bien escrito es Arthur Fleck en la película de 2019, Joker. En esta película conocemos los orígenes del icónico villano y archinémesis de Batman, y como fue en realidad la sociedad la que llevó a Arthur Fleck de hombre a enemigo. Arthur es un hombre que, como bien nos muestra la película, es constantemente víctima de la sociedad. No tiene trabajo, está sumido en la pobreza, tiene que hacerse cargo de su madre, no puede cumplir su sueño de ser un comediante y, además, tiene una amplia lista de trastornos mentales que constantemente lo llevan a ser excluído. Películas como estas proponen algo completamente distinto a los films de décadas pasadas, ya que propone que los villanos no existen porque a veces la gente simplemente es malvada, sino que son creados por la misma sociedad que nos dice que, si queremos, todos podemos triunfar.
Arthur Fleck es un muy buen ejemplo cuando se quiere hablar de simpatía por origen; sabemos que lo que hace no está bien, pero podemos entender el por qué llegó allí y que lo llevó a ser como es. ¿Pero qué ocurre cuando queremos hablar de simpatía por causa?
La simpatía por causa entra en juego cuando hablamos de villanos que hacen lo que hacen porque creen fervientemente en algo. Ese algo puede ser muchas cosas, pero lo importante es que el espectador no solo lo entienda, sino que hasta pueda llegar a estar de acuerdo. Esta simpatía por causa nos hace pensar en que, si el villano hubiese elegido otros medios para demostrarlo, quizás lo hubiéramos apoyado.
Un ejemplo reciente para esto podría ser Thanos de Avengers: Infinity War.
En Infinity War conocemos al villano que tanto estuvimos esperando en el Universo Cinematográfico de Marvel: Thanos, el titán que busca hacerse con todas las gemas del infinito para lograr su cometido de aniquilar a la mitad de la población de todo el universo. Dicho de esta manera, nadie estaría de acuerdo con él, sin embargo, Thanos explica su punto y es que no podemos seguir viviendo de esta manera. Para Thanos, aniquilar al 50% de la población acabará con problemas como la falta de recursos y traerá un balance al universo. Problemas como la sobrepoblación y la extinción serían erradicados, y cree que el genocidio no es más que un pequeño precio para lograrlo.
Por eso hablo de una simpatía por causa. No podemos perdonar a alguien que cree que asesinar a millones es lo correcto, pero en el fondo sí podemos estar de acuerdo en que el mundo necesita un cambio profundo si queremos salvarnos. No podemos seguir viviendo de esta manera, y si Thanos hubiese usado todo su poder para lograr un cambio en vez de usarlas para asesinar, quizás entonces todos hubiésemos estado de acuerdo con él. Eso es lo que un villano debería hacer; tendría que constantemente empujar los límites, ver hasta qué punto podemos perdonar lo que hace porque en realidad tiene un punto.
Por último, y para virar un poco de la industria del cine y adentrarme más en la industria de la animación, hay un tipo de villano que rara vez se alcanza a ver: el villano redimido.
Los arcos de redención son raros de encontrar, y más aún uno que esté bien hecho. Muchas veces se nos muestra a un villano que se mantiene malo hasta un último momento en el que una simple acción lo redime, como podría ser Darth Vader al salvar a su hijo. Sin embargo, hay un personaje en la industria de la animación que tiene un arco de redención bien desarrollado en más de cincuenta capítulos, y ese es el príncipe Zuko, en Avatar: La leyenda de Aang.
Para dar un contexto, Avatar es una serie animada en la cual el mundo se divide en cuatro naciones, una nación por elemento. En este mundo, algunas personas son capaces de controlar el elemento de su nación correspondiente, a excepción del Avatar, que es una persona que puede controlar los cuatro elementos y tiene la tarea de mantener la paz en el mundo. Aang, el protagonista de la serie, es un Avatar que despierta de un sueño de cien años y se encuentra al mundo sumido en una guerra. La nación del fuego (inspirada en el Imperio de Japón) ha comenzado una guerra cuyo objetivo es conquistar el resto de naciones, además de haber asesinado a toda la población de los nómadas aire (inspirado en la cultura de los monjes tibetanos) para evitar el nacimiento del siguiente Avatar. Al creerse que Aang había muerto en el genocidio, entra en juego nuestro antagonista. En los primeros capítulos, el príncipe Zuko no es más que el príncipe heredero al trono de la nación del fuego, quien está obsesionado con atrapar al Avatar y entregárselo a su padre. Pero luego de un tiempo, aprendemos que Zuko fue desterrado y herido al punto de dejarle una cicatriz permanente en el rostro por su propio padre, quien lo condenó a capturar al Avatar -castigo que estaba pensado para durar eternamente ya que se creía que el Avatar había muerto-, y que Zuko solo quiere redimirse ante su padre y volver a su hogar.
Durante los siguientes cincuenta capítulos, Zuko emprende un viaje en el cual pasa de estar obsesionado con complacer a su padre y obtener su perdón a comprender que su padre constantemente lo humilla y odia, y que no importa lo que haga, jamás obtendrá lo que busca. Al final de la serie, Zuko termina ayudando al Avatar a derrotar a su padre y acabando con su reinado de terror y asumiendo el trono como un rey justo y dispuesto a lidiar con las consecuencias del reinado de su padre.
Después de este viaje que tomamos a lo largo de las décadas, tener una sola conclusión es difícil. Podría decir que un villano tiene que estar bien escrito y ser real, o que tiene que tener una causa la cual la audiencia pueda entender. Pero dar una conclusión así cae en lo obvio y lo fácil. Es difícil admitir y poner en palabras lo que un villano tiene que hacer sentir a la audiencia. Tiene que sentirse como una amenaza al protagonista, pero eso no lo es todo. Si por eso fuera, los mejores villanos estarían en las películas de terror. Un villano tiene que hacernos sentir tocados, tiene que asustarnos. La razón por la que todos estos villanos son icónicos no es porque se sienten como un peligro, sino porque, aunque suene mal decirlo, sacan a la luz un lado nuestro que preferimos tener oculto. Nos lleva a admitir que un buen villano nos resulta catártico, que nos fuerza a confrontar las cosas más horrendas que la humanidad es capaz de hacer y que los villanos memorables son memorables porque son demasiado cercanos a la realidad. Nos llevan a cuestionarnos cosas que preferimos no tener que cuestionar. A poner en duda todo lo que nos enseñaron cuando éramos chicos y a preguntarnos, ¿es un villano solo una persona en un millón, o somos todos capaces hasta cierto punto de, bajo la presión indicada, convertirnos en el antagonista de la historia?
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